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sábado, 16 de noviembre de 2013

Un puerto con un futuro negro (III)

Parque de carbones adyacente al puerto de El Musel
Se conoció a mitad del año 2012, cuando la montaña de carbón en el desertíco y kilométrico espigón de la ampliación del puerto de El Musel era ya visible a km. de distancia. También el polvo negro que llevaba el viento, que como sabrán sopla fuerte cerca del mar.

Goldman Sachs, el banco de inversión que esta en todas las salsas, estaba empleando la vasta superficie para acopiar carbón, especular con él, y después revenderlo a mejor precio. Se descargaba en otra parte del puerto -recuerden: en la ampliación no hay nada, incluyendo grúas- y, por medio de camiones, se apilaba en grandes montañas.A la espera del mejor postor.

Goldman Sachs se dedica a lo que se dedica. Simplemente estaba haciendo un experimento para usar el carbón como una commodity más, acercando la producción de una mina de su propiedad en Colombia -lo crean o no, el país sudaméricano es uno de los mayores exportadores mundiales del mineral- a los mercados consumidores europeos. ¿Dónde almacenarlo? Nada mejor que en un puerto olvidado, vacío y desesperado, hasta el punto de prestarse a esta operación.

Una operación en la que el puerto sirve de burra y poco más, un jub en terminología de los políticos (escrito hub en inglés), con ganancia también para los sindicatos porque se hace una de sus especialidades: el mover cosas de sitio, aunque no sirva para nada. La auténtica ganancia era para Goldman Sachs, que ni siquiera tenía que invertir en infraestructuras para la carga y descarga. Es más: han estado a punto de que se agradeciese su filantrópica labor especuladora. Lo de los puestos de trabajo, ya saben. No se cómo andará el tema de la fiscalidad, pero tratándose de Hombre de Oro Sachs, muy conveniente. O inexistente.

La operación sólo se conoció cuando el primer barco ya había descargado su carga. El "contrato" había sido firmado por el equipo directivo saliente, con estas ventajosas condiciones, sin duda muy apreciadas por Goldman Sachs: "La firma de un contrato con el puerto facilitaría al broker diferir en la aduana el pago del IVA en España hasta que vendiera el carbón al consumidor final, dado que cabría la posibilidad de reexportar parte o la totalidad del mineral a terceros países por vía marítima".

O, directamente, a la térmica adyacente al puerto en caso de que no hubiesen podido especular mucho con el carbón. Que para eso está al lado. Total, ¿para que traer más carbón si ya tenemos este que los señores americanos han dejado aquí para hacernos un favor? De hecho, no tardando mucho, las primeras 50.000 toneladas de carbón tuvieron ese destino. No deja de ser curioso que El Musel, ideado hace un siglo como puerto exportador de carbón se transformase hace décadas en puerto importador y ahora lo sea especulador.

El carbón, como ya dicho, venía de Colombia, concretamente de la mina El Cerrejón, una veta increíble situada cerca de la frontera venezolana y de la parte norte del lago Maracaibo: es la mina pefecta: vetas gruesas, explotación en superficie, y al lado del mar, con un puerto exportador comunicado con una línea de tren específica. Auténtica integración vertical: del subsuelo al mercado. El financiero, claro. El coste por tonelada (incluyendo flete hasta el destino) es de 60 euros, y poco más da que los 5.000 mineros empleados -todos negros, como la mayor parte de la población del Caribe colombiano- vivan en condiciones medievales, incluyendo una persecución sindical de la que estarían orgullosos en Sudáfrica.

 Ese mismo mineral, sin ningún tipo de valor añadido adicional -¿como se logra valor añadido con una commodity que se quema sin ningún proceso de transformación? Simplemente especulando- se puede vender a 100 euros tonelada, una ganancia que, hoy por hoy, no dan los caladeros naturales de Goldman Sachs. Que por algo es banca de inversión, igual que la ampliación de El Musel se hizo con un crédito del Banco Europeo de Inversiones, ahora mirado con lupa por la agencia europea anticorrupción. Distintos tipos de inversiones, me temo. O de corrupción.

Al final, y por una mezcla de la propia Mafia local (al entierro de su madre fue toda la clase política, como en Sicilia), el cambio de gobierno regional y de equipo gestor del Puerto, además de cierto revuelo a nivel popular por la vinculación sentimental de la zona con el carbón, el proyecto se marró y no hubo más avances en el plan de Goldman Sachs de llegar a almacenar 600.000 toneladas de carbón en el erial de la ampliación portuaria.  Pero ahí queda el precedente.

Igual que el mercado de futuros para el carbón, una realidad muy presente. Fíjense si no en que este año se descargó todo el consumo del año de una vez,  con el efecto colateral de inflar el tráfico del puerto con tanto trasiego  y acopio por adelantado. Eso sí, no sabemos que Hidroeléctrica del Cantábrico ha pagado el carbón más barato o más caro, o simplemente a qué precio lo ha pagado. De hecho, con el carbón no se suele saber nada, porque sigue siendo un negocio redondo: como se quema, no queda ninguna traza para investigar. Y las toneladas se calculan a ojo, especialmente una vez que bajan del barco.

En contra de lo que le pueda decir su medio de propaganda ecologista, el carbón tiene mucho futuro. Como todos los negocios rentables. De hecho, es la fuente de energía fósil con mayores reservas probadas -da para un consumo actual de aquí a 200 años-, mejor repartidas -no hay un estrecho de Ormuz del carbón- y con mayor capacidad instalada para transformarse en energía eléctrica. En Alemania lo tienen muy claro. Alemania, donde han gobernado los verdes y van a cerrar las nucleares. En general, lo tienen muy claro en todos los países desarrollados.

Aquí no. Se construyen regasificadores sin viabilidad alguna, se desata una fiebre del oro a la caza de la subvención por los "huertos solares", o por las "eólicas", y se arrumba el carbón como fuente de energía, incluso defendiendo unos fantasmagóricos intereses nacionales, como si la nación fuese Langreo, Ponferrada o el norte de Palencia. Importar carbón sale barato, mucho más que extraerlo aquí, pero no hace falta que lo haga Goldman Sachs. Tampoco hace falta construir un superpuerto para almacenarlo. Es simplemente tener una política de Estado clara, incluso en sus consecuencias.

De todo eso ha faltado en esta historia. Sin embargo, todavía siguen por ahí los sonidos de las campanas. Y el puerto vacío, claro: la última ocurrencia ha sido hacer un jub del hierro. Por supuesto, la operación no dejaría nada en la depauperada economía local, igual que jub fallido del carbon, pero como indica la noticia "de esta forma, se podría dar sentido a la ampliación del puerto de El Musel que, desde que se terminó la obra en enero del año pasado, prácticamente no tiene actividad, excepción hecha de la construcción de la regasificadora de Enagás y de la habilitación de una superficie de 100.000 metros cuadrados como zona de acopio de graneles".

Pues eso. Lo que nos queda por ver. O por "dar sentido".

lunes, 18 de octubre de 2010

Alemania es Europa

El pasado 3 de octubre se celebró el 20 aniversario de la reunificación alemana, una de esas fechas redondas que tanto gustan para echar la vista atrás, sacar nuevas cosas y lanzar proyecciones de futuro. A ver que queda para el 50 aniversario, o el primer centenario, pero siempre habrá algo.

Días antes la gran Angela Merkel dijo que todavía tenía tendencia a acumular cosas en su casa como rémora de haber pasado su juventud y parte de su vida adulta bajo el régimen demencial de Erick Honecker. La noticia fue recibida con mucho cariño por la mayor parte de las personas, puesto que en esta política atípica confluyen una serie de cualidades difíciles de encontrar en alguien de su rango: es sincera.

Lo que en la mayor parte de los paises hubiese sido celebrado con un sonoro Muerta de hambre se ha comprendido muy bien en un país como Alemania, donde todavía está viva la generación que sufrió la primera postguerra mundial, antes del fenomenal boom económico. Lo de acumular alimentos no es patrimonio exclusivo de los ossies, sino que es una experiencia vital que pueden atestiguar todos los que vivieron en la primera mitad del siglo XX en Europa. Sí, también Reino Unido y España, donde hubo cartillas de racionamiento hasta 1953.

Que Angela Merkel haya reconocido que todavía conserva la costumbre de comprar más que lo que necesita, no vaya a ser que cuando vuelva al mercado no queden unidades, es otro detalle más que encaja en la atípica biografía política de esta dirigente, hija de un pastor protestante que se mudó a la RDA. Sin embargo, mi preferido es cuando confesó que fue okupa en Berlín Oriental, mucho antes de que llegasen los pijos de los países europeos y los desastrados de los países del sur de Europa. En Berlín Occidental se concentraban los hippies que no querían hacer el servicio militar -estaban exentos en virtud de la peculiaridad de esta isla de libertad durante toda la Guerra Fría- y que se querían beneficiar de las suculentas subvenciones de esa olla a presión que fue la zona ocupada por franceses, ingleses y estadounidenses tras 1945.

En Berlín Oriental era diferente. Los okupas llegaron a finales de los ochenta, poco antes de la caída del régimen demencial que construyó el muro. Se había aflojado la presión policial-represiva y muchos estudiantes se mudaron a las casas abandonadas de los años 20 más próximas a la zona del muro, que habían quedado abandonas. Se trata de Prezlauer Berg, Kolwitz Platz y, en general, todo barrio preexistente a la instauración del comunismo como religión oficial, dejado de cualquier reforma y fantasmal. Más al norte, en Pankow, vivía la nomenklatura de aquel régimen enfermizo.

¿Y por qué se mudaban? Simplemente porque la kafkiana burocracia de la economía de gestión centralizada no iba acorde a los intereses de la población. Angela Merkel obtuvo su doctorado en Física en 1986 y se trasladó a Berlín a trabajar. Como no podía esperar a que el sistema le adjudicase una casa -un plattenbaum en Marzahn, en esos barrios de utopía socialista y anomia colectiva- tuvo que okupar. El régimen hacía la vista gorda ante este fenómeno. Ya ven: una canciller con un pasado okupa. Y que reconoce que acumula alimentos.

No ha sido la única noticia con la que se ha adornado el 20 aniversario de la reunificación. Unas semanas antes Alemania acabó de satisfacer los pagos a los que fue condenada en el Tratado de Versalles. 92 años después. Evidentemente, es una noticia de mucho mayor alcance que las vicisitudes personales de Angela Merkel. Como parte de la muy instalada versión oficial de los hechos alemana, las leoninas condiciones impuestas por el Tratato de Versalles se ven como el principio de todos los males posteriores.

En una sucesión determinista y maniquea, esos pagos 96.000 toneladas de oro (tal cual) fueron vistos como lo que llevó a la hiperinflacción de los años veinte -que lleva hasta la mentalidad de Merkel tamizada por el comunismo-, el ascenso del nazismo, la guerra y todo lo demás. Curiosamente, también Hitler pensaba lo mismo de Versalles, que fue una humillación y cuyo sistema de pagos cruzados hizo que las consecuencias de la crisis de 1929 se propagasen con mayor facilidad, y esto lo pensaba el tantas veces citado en estos tiempos Keynes.

Alemania cierra el pago de ese tratado abusivo -ahí está la ocupación francesa del Rurh en 1923, para cobrarse en especie parte de ese abuso- un periodo de su historia, en un proceso iniciado en 1990. Se puede hacer una historia del Siglo XX, y no sería una historia incompleta, siguiendo la trayectoria de la nación alemana en ese periodo. Y hay una novedad muy importante en esa serie que se inicia en 1914 y concluye en 2010.

Si en aquel año Alemania era una de las potencias mundiales,  y hoy lo sigue siendo en la mayor parte de los parámetros a pesar de dos guerras mundiales perdidas, la división en dos facciones enfrentadas antagónicamente -por mucho que se esforzase Willy Brandt- durante 45 años y de haber llevado el peso económico de la integración europea -lo que en el nazismo se llamaba esfera de coprosperidad- ha sido en gran parte posible a que Alemania ha renunciado a proponer su propio modelo de mundo.

Desde el fenomenal auge de la Prusia de Federico II en el Siglo XVIII hasta bien entrado el Siglo XX había un modo alemán para el mundo. Hoy por hoy está abandonado. Alemania es Europa y ese es su mayor proyecto, abandonando cualquier pretensión nacionalista, que fue precisamente lo que llevó a los dos desastres de 1914 y 1939, con una pretensión abierta de imponer un modelo de sociedad muy concreto. Fracasaron y desde 1990 no existe nada ni pretendidamente parecido, por mucho miedo justificado que tuviese Margaret Tatcher en aquella ocasión. Alemania se realiza a través del marco común europeo, y esa es la mejor noticia de este aniversario.
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A mí me ha parecido un buen análisis y diferente de la situación económica de España, aunque la solución no es viable.
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Y decían que este pobre hombre era mejor que Maleni, que la malagueña se tomaba las críticas muy a pecho y era muy temperamental...El diálogo, con tantos personalismos ("yo he traído", "yo he licitado") es digno de oirse, y me parece raro que no hubiese ningún micrófono en una inauguración pública, con lo que le gusta la propaganda y verse a sí mismo: seguramente pidieron cortésmente las grabaciones a los periodistas para hacerlas desaparecer.
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Un pelotazo: cuando no hay alternativa de transporte, ese tipo de peajes se convierten en una fuente constante de ingresos para empresas en dificultades. Un seguro de ingresos y flujo de caja. Lo que no dice la noticia es que en 2008, cuando Sacyr estaba en serias dificultades por el volumen de su deuda, vendió parte de sus activos, y entre estos estaba la autopista, que ahora reporta ingresos regulares al grupo empresarial del banco Citibank, rescatado con ayudas públicas en EE.UU.
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Orense es un sitio paranormal.