
Vamos, alguien fuera de Cataluña habrá leído esta noticia. El fichaje estrella del PP para la campaña, del que ya avisé sobre su catalofobia, sigue dando juego. Va a Girona a un encuentro con empresarios -el PP no puede llenar ni un mísero pabellón deportivo en Cataluña, siempre tiene que ir a un hall de hotel- y no se le ocurre mejor cosa que llamar "sablistas" a los catalanes. Fíjense en la foto de la noticia, con esa cara de Don Cicuta que reparte Pizarro. El PP es una fuerza extraparlamentaria en esa provincia y en Lleida. Probablemente lo siga siendo en la próxima legislatura. Y se presentan como el partido nacional. Hace unos días otra conocida de este blog, Ana Mato, dijo en la radio que "los niños andaluces son analfabetos", incidiendo en uno de los tópicos más dolorosos de España. Y Elorriaga, responsable de la campaña, afirmaba alegremente que su partido aspira a sembrar la duda y la abstención en los graneros tradicionales del PSOE, en vez de intentar ganar votos. Un partido político que busca la abstención es como una empresa editorial que fomenta el analfabetismo.
Por otra parte, conocemos que la petición de voto por correo se ha incrementado un treintaypico por ciento respecto a 2004. Vamos camino de una participación histórica, cosa con la que se regodea mucho simpatizante del PSOE, que se aferra a que en España existe una mayoría sociológica de izquierdas. Advenedizos. Eso puede cambiar: hace 30 años había una mayoría de derechas, el franquismo sociológico, y después cambió. Eso puede pasar de una legislatura para otra, y veremos si estos mismos dirigentes del PSOE animan por entonces tanto a la participación. No lo harán, claro. Así, los que siempre hemos pedido el voto por encima de cualquier otra consideración, pasamos durante esta campaña como proPSOE, cuando sólo se está pidiendo lo más lógico.
Existen muchas razones para ir a votar. Nosotros somos los soberanos, pero solo podemos articular nuestra opinión, de manera efectiva, cada cuatro años. Está la independencia del representante, muy útil para su labor ejecutiva, pero siempre debe saber que, periódicamente, se somete al refrendo del pueblo. Y el que lo olvida, el que piensa que siempre va a gobernar, acaba perdiendo. Como el que piensa que cuando lo desalojaron del poder fue porque "el pueblo estaba equivocado" (Pilar del Castillo, catedrática de Ciencia Política y ahora eurodiputada del PP) y que toda la travesía del desierto posterior ha sido un lapso. La gente vota sabiendo lo que vota, y es algo que la clase política debería interiorizar.
Votar es un privilegio del que disfruta una pequeñísima parte de la humanidad. No se crean esas tonterías de "la India, la mayor democracia del mundo", porque por ahí impera -por mucha abolición formal que se haga- el sistema de castas; fíjense lo que ha pasado en Rusia hace cuatro días, y sin embargo es un avance respecto a la historia de ese país. O lo que pasa en todos los países al otro lado del Estrecho de Gibraltar, nuestros vecinos. Quedarse en casa, practicar la abstención, es la negación absoluta del ciudadano, que puede canalizar su descontento con el voto nulo -escribir en la papeleta un ¡que os den!, perfectamente legítimo- o el voto en blanco, cada vez más creciente. Pero la abstención, en un país que ha vivido una historia política como la de España, es como fumarse un billete de banco, tirar comida a la basura delante de un necesitado o escupir de cara al viento.
A mí no me gusta el voto contra. Mucha gente no vota a, vota contra. Las pasadas elecciones fueron el epítome de ese tipo de voto. Pero también dan un buen motivo para combatir la abstención. Cada uno de los ciudadanos tiene que votar a la opción que más le convenza. ¿Saben por qué? Porque si no el partido político de turno se apropiará de esa abstención para sus propios intereses. Si todos los ciudadanos votasen no podrían hacer esas sumas fantasiosas que tanto le gustan. Les voy a poner un ejemplo, sin ningún tipo de intencionalidad por las siglas a utilizar. El partido que gobierna Madrid saca pecho de sus resultados, y lo pone como ejemplo de gestión, aunque una de sus infraestructuras estrellas se vaya a acabar de pagar en 2037, cuando no se sabe muy bien donde estaremos. El PP sacó en 2003, en las municipales de la capital, 874.264 votos, que se convirtieron en 30 concejales. En 2007, ese mismo partido, con ese mismo alcalde, habló de "victoria histórica" y bla-bla-blá...¿y saben cuantos votos sacaron? 877.544, que se tradujeron en 34 concejales. Ganaron únicamente 3.280 votos, pero cuatro concejales.
Claro, todo está en los porcentajes, que dependen básicamente del número de gente que acude a votar.
Estoy seguro de que existen ejemplos similares con el PSOE, pero quizás el de Madrid, por lo que se está conviertiendo de bastión y emblema para el partido de la oposición, sea el más significativo. Cualquier voto cuenta, y si tu no vas a las urnas a que tu voto sea contado, los partidos lo contarán por tí y se lo atribuirán. El domingo, a votar, para que no cuenten por tí. Que no cuenten cuentos. Porque al final, ante la urna, todos estamos ante el abismo de que harán con nuestro voto.