El cruceiro y el barrendero |
Vivimos un tiempo maravilloso para las noticias descacharrantes. Hace pocos días apareció destrozado un horrible cruceiro plantado en medio del centro de Madrid, porque era un "regalo" del Centro Gallego a la ciudad. No faltó el tiempo para que los responsables políticos apuntasen a la vía ideológica -por su significación cristiana, no gallega- para ese derribo, porque en el fondo están ansiando tener a su Samuel Paty, a tener de nuevo a la ETA, a poder sacar su ideología.
La presidenta regional habló de "se empieza por atacar lugares de culto (...) y se sigue así", quizás refiriéndose a que algunos de sus rivales políticos se dedicaban a asaltar iglesias en sus años universitarios, cuando ella estaba en una asociación del Opus llamada Altavoz, y el presidente gallego -región que exporta desde hace 400 años ingentes cantidades de población a la capital- amenazó con enviar un nuevo regalo, quizás aún más feo que el derribado.
La ocasión es propicia para hablar del espantoso lugar donde está emplazado ese horrible símbolo de una civilización obsesionada con la muerte -la propia tipología del cruceiro es profundamente mortuoria- y el feísmo, y es que la plaza Jacinto Benavente es, en sí misma, un horror donde el símbolo derribado era un elemento más.
Y si estaba ahí es porque el Centro Gallego está al lado, en un edificio horrible construido cuando el Desarrollismo, y que no desentonaría nada en Navalmoral de la Mata o Monzón como el típico edificio con gestorías, seguros agrarios y anuncios de Vía Dígital descoloridos. Es tan horrible y, en si mismo, tan gallego, que durante muchos años su primera planta estuvo sin ventanas, en una imagen más propia de Ankara o de Chantada que de la capital de España. Para afear aún más el conjunto, tiene una escalera de incendios exterior, como si esto fuese EE.UU.
El magnicidio |
Toda la plaza en sí misma es un despropósito, y un perfecto resumen de lo que es Madrid. Está situada a medio camino entre la Puerta del Sol y la Plaza Mayor, en un punto elevado que hace de nodo de caminos: ahí acaban o empiezan la calle Atocha, la calle Cruz, la calle de la Bolsa o la calle Carretas. Podría ser un sitio bonito, y es profundamente horrible. Un asco sin solución, por mucho que haya mejorado perceptiblemente en los últimos años.
Al menos ya no hay putas callejeras que, en el sentido del reloj, se situaban justo en la acera de enfrente del Centro Gallego, sabiendo que no hay mejor cliente que los parientes de Tojeiro. Hace poco peatonalizaron el estrecho tramo de calle que separaba ambas orillas, ya demasiado tarde para facilitar las relaciones.
Siguiendo ese sentido y orientación norte, en la esquina superior derecha de la plaza hay una librería de la cadena cristiana San Pablo, donde siempre merece la pena una ojeada al generoso escaparate, con su universo paralelo e invendible. En la misma acera hay una franquicia de churros, y todo ese lateral está separado de la plaza por la horrible boca de un aparcamiento y la salida de un túnel subterráneo que cercena todo el conjunto urbanístico, si lo hubiera o hubiese en algún momento. Es una muralla infranqueable, y un auténtico disparate.
En la parte sur de la plaza está el Teatro Calderón, volcado desde hace tiempo a los musicales, y famoso en su momento porque un día se cayó toda su marquesina de golpe, matando en el acto a varias personas. Es un edificio bonito, de estilo beaux-arts, y que no desentonaría en París o Bruselas, pero que aquí aparece sin conexión alguna con su entorno, y también ayuda mucho que se llame Teatro Haagen-Dazs, o que continuamente esté cubierto con cartelones horripilantes de espectáculos para gente que cree que un musical es un acto cultural.
La mítica primera planta del Centro Gallego |
Y da igual, porque entre la plaza y este edificio con cúpula pasa la calle Atocha que, aunque dulcificada en sus carriles y con las medidas de restriccion del tráfico en el centro, sigue siendo un atolladero donde se juntan taxis y buses en un embudo, porque también es estación terminus para bastantes líneas de la empresa municipal de transportes, una instalación que se come el 20% de la superficie de la plaza.
En la parte oeste, por fin, se encuentra un edificio unitario de la administración de Justicia, parte del Registro Civil, y donde durante mucho tiempo se han juntado a su puerta locos y desesperados con sus pancartas de que les han robado hijos, no les reconocen derechos, y cualquier otra cosa, en una escena digna de ciudad estadounidense. El panorama un día normal es de cagadas y meados, mientras una terraza abusiva invade progresivamente más espacio, porque encima ahora tiene la legislación de su parte con lo del Covid-19.
El conjunto se completa con una horrible estatua realista -esa moda de los noventa y dosmil- de un barrendero en posición de barrer, y que está puesta justo enmedio del eje norte-sur de la plaza, de tal manera que si quieres atravesar rápidamente el lugar -como hace todo el mundo, porque nada invita a quedarse- está justo en medio, produciéndose habitualmente escenas de confusión entre los viandantes, azuzadas porque en Madrid nadie deja pasar a nadie, en una muestra de civismo compatible con lo de ciudad abierta y acogedora.
Muchos elementos urbanos=muchos obstáculos |
No hay plaza. Todo el conjunto es un horror sin paliativos, y solo la reciente peatonalización de varias calles que van a dar a ese sumidero ha aliviado un poco la angustia del lugar. Como ven, el cruceiro no podria estar en mejor sitio: es un elemento tan horrible, tan fuera de lugar, y tan vinculado a un sitio y una cultura ajenas, que solo ahí podría pasar desapercibido, y ni siquiera, porque también estaba situado justo donde más puede molestar a un viandante.
Ha adquirido un protagonismo que no le pertenece porque hay ganas de politizar todo. Desde un primer momento los comerciantes del lugar dijeron que lo había derribado uno de los muchos vagabundos y sin techo que prosperan día tras día en Madrid, sin que ninguna administración ataje el problema. Incluso el propio ABC, con lo que le hubiese gustado un derribo ideológico-religioso, ha tenido que reconocer que el iconoclasta es un músico callejero, y no un mena al grito de allahu akbar.
Feijoo ya ha prometido reponer ese símbolo inmarcesible, esperemos que esta vez con el doble de tamaño. Al fin y al cabo, en Madrid está el mayor cruceiro del mundo, esa Cruz del Valle de los Caídos, erigida -y no es casual- como decoración para la tumba de un gallego, pero que solo le ha servido para menos de 50 años. Sic transit. Qué menos que estar a la altura de las circunstancias y regalar una con mejor pedra, esa palabra y material totémico para esa cultura.
Será otro apaño circunstancial. Como explicado, no es el símbolo regionalista-religioso en sí, es el conjunto donde se ubica. Y, al igual que en el Valle de los Caídos, algunas cosas solo se solucionan con dinamita y volviendo a erigir todo de nuevo, intentando no repetir los errores del pasado.
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En su labor profesional, los militares ven vídeos pornos de pago y sacan parecidos con compañeras, a las que acosan y persiguen para expulsar de la carrera. Todo tiene una lógica muy trazable.
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Las mamandurrias de este país no tienen fin. Además, la Cruz Roja es especialista en estas lides. Se lleva una subvención por la cara por su ayuda en la "Operación Paso del Estrecho", que este año no se ha hecho, como recoge el preámbulo. Entonces, ¿cómo logra chupar del bote si no ha habido prestación alguna de servicio? "Por ayudar en otras tareas", como informar, distribuir mascarillas....en una de las razones incluso se usa el condicional....
341.400 euros, otra patita más de la lluvia de dinero público -que pagaremos con deuda y déficit- sin control alguno.