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domingo, 27 de junio de 2010

El Estado siempre tiene la culpa

¿Qué pasa cuando se crea una sociedad dependiente y acostumbrada a pedir cuentas al Estado por todo, incluso por las res-ponsabilidades más personales? Hace poco, con ocasión de la crisis de la aviación aérea por culpa de las cenizas volcánicas islandesas, conocimos que una ciudadana española paralizada en China había llegado a ponerse en contacto con su Embajada para ver si le podían poner un vuelo a Europa, que su situación era desesperada.

El Estado-mamá que tiene que acudir al rescate de todos, incluso el que está en China de ocio o negocio o de lo otro que quiera estar. El Estado-mamá al que se intenta endosar la responsabilidad civil subsidiaria (que ponga la pela, vamos) en las situaciones más grotescas y desesperadas, porque a eso nos ha acostumbrado.

En la noche de San Juan de 2010 un tren Euromed arrolló a un numeroso grupo de personas que atravesaron la vía a la altura de la estación de Castelldefels (Barcelona). Las primeras noticias en los medios, pásmense, fueron orientadas a buscar deficiencias en el paso subterráneo o cosas así, e incluso no han faltado comentarios de que si el túnel existente y recién inaugurado debería ser más amplio -ya es lo es tres veces superior a la normativa existente- o si el dispositivo de seguridad por esta noche tan especial debería haber empezado antes de las 23:30. El accidente ocurrió a las 23:23.

Para el que no conozca la zona, la primera línea ferroviaria que se construyó en la Península Ibérica -la Corona española había dispuesto la primera línea ferroviaria del país en Cuba unos cuantos años antes, para el transporte de caña de azúcar- fue la Barcelona-Mataró, que iba y va paralela a la costa porque así no había que hacer desmontes y porque era lo más fácil. 150 años después la línea costera catalana permanece básicamente invariable, ejerciendo un cinturón de hierro que hace que todas las poblaciones del Maresme y del sur de la gran aglomeración urbana, como es el caso de Castelldefels, estén separadas del mar por una barrera infranqueable.

Mientras en el caso de la Liguria italiana, con una línea trazada en sus orígenes de la misma manera y con más razón -ahí sí que cae la montaña a pico sobre la costa- se hizo un fenomenal esfuerzo inversor para alejar la línea ferroviaria al interior y dejar la antigua plataforma como vía verde, en nuestro querido país se han dejado pasar años y años de prosperidad económica -insisto: la línea tiene 150 años- para dejar ese horror urbanístico tal y como estaba. Resulta una frase muy manida en estos casos, pero es la justa: la línea es la que es y hay que adaptarse a ella.

O no. Resulta que una serie de personas, la mayoría muy jóvenes, decidieron que era mejor cruzar por las vías a ir por el paso subterráneo, una decisión trágica y evitable, porque en las estaciones está escrito en castellano y catalán lo de "prohibído cruzar las vías". Y pasa lo mismo en Alemania, en Francia, en Reino Unido y en todos los países de bien: prohibído cruzar las vías. ¿Y qué han hecho nuestros medios? Pues llorar con medio ojo la pérdida de vidas, porque ya saben que aquí hay vidas que pesan menos que otras.

Cuando el atentado de la ETA contra la T-4 de Barajas murieron dos personas que estaban durmiendo en el aparcamiento dentro de sus coches. No oyeron los avisos de evacuación. La banda terrorista, que no pretendía causar muertos y por eso avisó, también se llevó una sorpresa, sorpresa relativa porque cuando colocas un pepinazo de esa potencia -el mayor atentado de ETA en costes materiales, y con mucha diferencia- lo más normal es que te cargues a alguien, y no vale lo de "involutariamente". Menos hipocresía, por favor. Bueno, pues los medios trataron la muerte de Diego Armando Estacio y su otro compatriota como muertos de serie "b", nada de duelos y quebrantos. Incluso la nausebunda banda terrorista pretendió seguir negociando y hacer como si no hubiesen muerto.

Y de eso hay también mucho en la tragedia de Castelldefels. Los doce muertos se distribuyen así: sudaméricanos y una rumana. Imagínense que se hubiesen distribuido así: once catalanes y un turolense. Todavía estaríamos, a cuatro días de la tragedia, viendo imágenes de los familiares desolados, del coche aparcado sin que nadie lo mueva y de los compañeros del Insti depositando flores en el pupitre. Ya lo he dicho antes, pero habrá que repetirlo: así funcionan los medios, y no los he inventado yo.

Pero el desatino de los que informan no acaba ahí. Reparen en la combinación: adolescentes que cruzan las vías del tren en la noche de San Juan, tras asistir a un concierto de un cantante latino. ¿Imprudencia o temeridad? ¿Qué papel juega la ingesta de alcohol cuando se toma una decisión tan trágica? Pues de eso no han dicho nada, de la más que probable ebriedad de esos jóvenes que han perdido la vida, pero bien que colaron en los primeros momentos la canallada de que el paso subterráneo estaba colapsado (mentira: no hay ni un testimonio que diga eso, y si lo está esperas tu turno y joderse, porque la vía es la que es y está donde está y en ningún momento se justifica cruzarla) o que había poca iluminación.

Y así estamos: parece que unos dulces jóvenes que venían de pasar una fiesta inocente y nada alcoholizada como San Juan volvían a sus casas cuando una línea de tren recién trazada se tropezó en su camino. Sólo nos ha faltado leer que el Euromed, que circulaba a 139 km/h, tenía exceso de velocidad, y que si hubiese frenado a tiempo se hubiese evitado la tragedia. O si hubiese tocado la sirena, como hay que hacer en el paso de cualquier estación. Habrá que estar atentos en los próximos días a ver si hay alguna reclamación sobre este asunto, pero la cosa parece muy clara para todos: una neglicencia clarísima. Por una vez no se pedirá responsabilidades a Mamá-Estado.