jueves, 25 de julio de 2013

La curva de la muerte

Ayer la Alta Velocidad Española (AVE) sufrió su primer accidente serio en más de 20 años de explotación comercial, aunque la propaganda del régimen -es uno de sus símbolos, que transciende identidades políticas y fronteras regionales- se esfuerce en decir lo contrario. El accidente de Galicia, en donde ya han muerto decenas de personas y cuya cifra final será superior a ochenta, es un accidente del AVE.

AVE es una marca comercial, pero en el uso popular equivale a categorizar cualquier tren de alta velocidad; así, no es infrecuente leer cosas como "el AVE alemán" y expresiones similares. Por eso la propaganda de ayer, hoy y mañana chirría tanto en insistir que no se trata de un AVE: técnicamente no, pero en la práctica sí. Era un tren de prestaciones superiores, que viajaba por una vía de ancho internacional y no ibérico, una vía que apenas tenía dos años de antigüedad desde la inauguración. Una vía de AVE.

El accidente es una catástrofe, no solo por lo evidente, si no para lo que supone para un modelo deficitario, ruinoso y del que decían que al final iba a ser rentable porque podríamos exportar trenes a otros países. ¿Quien va a querer comprar un tren que se estrella a 180 km/h, sin que haya sistemas de control automatizados que detengan esa absurda velocidad de aproximación, no ya a una curva demencial, sino a una estación? Y, aunque la propaganda descarte cualquier problema mecánico y lo achaque todo al conductor (como hicieron en el accidente del metro de Valencia, también con una curva peliaguda), la imagen internacional quedará ahí.

Por partes: el convoy Madrid-Ferrol se aproximaba a la estación de Santiago de Compostela cuando, a las 20:41, se salió de la vía a la altura de la parroquia compostelana de Angrois, la típica aldea periurbanizada de Galicia. Quedaban 4 km. para su parada, pero ya debía estar en ella según la tabla oficial de Renfe. Hoy, el día después de la tragedia, es la fiesta oficial de Galicia.

El tren tomó la curva de Angrois, justo después del viaducto de la AP-9, a una velocidad estimada de 190 km/h, cuando es un tramo de 80 km/h, al que se accede después de la gigantesca recta trazada entre Orense y Santiago, una recta conseguida en la complicada orografía de Galicia a través del sistema de alta velocidad ferroviaria: viaducto-tunel-plataforma y lo que sea para mantener la pendiente y reducir al máximo los curvas y, cuando las haya, sus radios.

Sin embargo, para llegar a la capital administrativa de Galicia los ingenieros que ejecutaron la obra no consideraron necesario sacar la estación de la ciudad -no es una estación-término, la línea AVE sigue hasta La Coruña y la convencional hasta Ferrol, destino final del convoy- y tampoco se hicieron las expropiaciones necesarias para que el acceso a la antigua estación fuese más directo, y que el tren no tuviese que bajar de una velocidad de explotación comercial cercana a 250 km/h a 80 km/h. Con doble curva.

Lo de las expropiaciones se debe al particular poblamiento de Galicia, que hubiese obligado a pagar sumas millonarias, y se optó por una solución técnica que ya en el momento de la inauguración fue calificada de "dificil"; ya ven, se traza una línea en el siglo XXI para lo que se vendía como un vector de progreso y desarrollo (un espejismo, más bien) y se dejan unas curvas propias del siglo XIX. Vean el gráfico si no.

Además, el Alvia accidentado era una de esa unidades híbridas con motor diesel, para atravesar el paramo castellano entre Olmedo y Orense que, creánselo o no, no está electrificado. Además, iba con el sistema de cambio de ejes para pasar del ancho ibérico al internacional, además del doble voltaje para la catenaria de AVE y la convencional. Dicen que todo este sistema mixto -propio de nuestra infraestructura ferroviaria- funcionaba bien, pero en los primeros meses se quedaron atascados varios trenes en las estaciones de cambio de eje, que se hace sin detenerse, o de cambio de catenaria.

Y el mismo parcheado que tiene el convoy para adaptarse a la vía cambiante, existe con el sistema de seguridad: en el tramo del accidente ya no había el balizamiento ERTMS, el sistema que dio tantos problemas al AVE Madrid-Lleida (que no Barcelona) cuando fue inaugurado a toda prisa y por motivos electorales, los mismos que llevaron a la ejecución y puesta en servicio de la plataforma AVE (y su ridículo servicio interno) en Galicia.

La investigación y la propaganda ya dirán quien tuvo la culpa del accidente, producto de la excesiva velocidad:  el conductor o un fallo mecánico, pero la curva estaba ahí. Para incrementar la tragedia, seguro que muchos viajeros ya estaban de pie para la parada, una de las principales de la ruta y más en vísperas del patrón de Galicia, una fatalidad añadida porque, lo crean o no, los trenes de alta velocidad están diseñados para resistir impactos a esas velocidades y que los pasajeros, si están sentados, sufran el menor daño posible. No ha sido el caso.

Después, el caos. El propio de estos casos, por muchas llamadas a la eficiencia que se hagan o se proclamen, de manera gratuita. El trazado AVE va en trinchera en ese tramo y, encima, como la zona está densamente poblada a la manera gallega -poblamiento disperso- con pantallas acústicas que convierten la plataforma viaria en un fortín del que es muy díficil entrar o salir.

Las primeras imágenes y vídeos del accidente son de un patetismo mayúsculo. Los vecinos de la parroquia auxiliando a los heridos y sacando cadáveres, a los que cubren con mantas y toallas de playa; esos mismos vecinos, en camiseta, rompiendo ventanas del tren sin mucha convinción. Esas camillas improvisadas hechas con puertas desvencijadas o tablones de madera. Por supuesto, también la cola de ambulancias atascadas en las callejuelas de la aldea de Angrois. Nadie parecía tener mucha prisa, la misma que llevaba el tren.