miércoles, 18 de febrero de 2009

En la nada

Aquí en España hay elecciones provinciales por duplicado en pocos días, un escándalo de espionaje y otro de corrupción mayúsculos, pero yo les voy a hablar de Italia. Disculpen si me parece más importante explicar el proceso de autodestrucción de la izquierda en ese país, debido a dos fenómenos: su propia capacidad y el signo de los tiempos.

Hace dos días dimitió de su cargo el líder del Partito Democratico Walter Veltroni. Los análisis en la prensa española han sido extremadamente defientes. No voy a hacer el discurso argentino de vos jamás entederás el peronismo, con el que cualquier austral te descalifica para hablar de su país, pero sorprende la estupidez, mayor de la habitual, en los análisis. Además de reconocer que no entiende el berlusconismo, Miguel Mora -el muy limitado corresponsal de El País- ha dejado frases como esta: "Con una izquierda normal enfrente, la nueva victoria de Berlusconi resultaría imposible de entender". Ah ya, el mito de la izquierda unida, el no pasarán, tralará. Sigh...En la Cadena Ser, donde Àngels Barcelò da mucha relevancia a las bufonadas de Berlusconi, el muy capaz corresponsal Joan Solès confeciona piezas lacrimógenas y llenas de tópicos. Siempre acaban hablando en tertulia de Italia, que si plin, que si plan.

Veltroni es un político mediocre. Se metió en el Partido Comunista de joven -en Italia siempre hay las mismas caras- y obtuvo puestos de relevancia inmediatamente. Su aldabonazo vino en 1996, cuando entró de vicepresidente en el primer gobierno Prodi. Era la primera vez que la izquierda ganaba unas elecciones en Italia. Después pasó a la alcaldía de Roma, donde impuso el modello Roma: una mierda de gaitas y humo, como crear bibliotecas, hacer una Festa del Cinema -es lo que estudió el, ya ven como está el patio- o llevar a los escolares de excursión a Austwitz, gastos pagados. El desarrollo a través de la cultura, entendida laxamente. La "x" está bien puesta. Como su techo era más alto, y lo había probado en 1996, ideó un fantasmagórico Partito Democratico y convocó unas primarias para minar el segundo gabinete Prodi. Caído el practicante de la ouija -cualquier día les cuento la historia-, Veltroni fue el candidato indiscutido de la izquierda en las elecciones de 2008. La victoria de Berlusconi fue tremenda.

Desde entonces, Veltroni ha sufrido su misma medicina. Su amigo Rutelli perdió la alcaldía de Roma, que se consideraba un bastión infranqueable gracias al modello Veltroni, y lo hizo de una manera humillante: parece que los romanos no opinaban lo mismo que su iluminado alcalde; en todas las elecciones regionales salía derrotado; su propio partido sacaba nuevos rivales -el último, la pesadilla Bersani-; y la gota que colmó el vaso fueron las elecciones de Cerdeña. El fundador de Tiscali estaba en el poder y ha perdido por ¡10 puntos de diferencia!, a pesar de su discurso criptoautomista. O quizás por eso.

Berlusconi, del que opino lo mismo que ustedes, no es culpable de la imbecilidad de sus rivales. La explicación más fácil es que controla las televisiones: controla las suyas, que son un ejemplo de pluralidad comparadas con TeleMadrid o TeleAsturias. En la RAI, el Partido Comunista y sus diferentes encarnaciones siguen al frente del tercer canal, por poner un ejemplo. El Corriere della Sera, el periódico de la clase dirigente, es furibundamente antiberlusconiano. Es curioso que en el caso del Grupo Prisa, que siempre ha negado -y con razón- su influencia real en los tres días que siguieron al 11-M se limite a explicar el fenómeno del berlusconismo de una manera tan primaria como que controla los medios de comunicación. Es un resabio de izquierdas.

La gente vota a Berlusconi -que a pesar de todo sólo tiene el 30% de los votos y requiere pactar con otras fuerzas de derecha- porque LE DA LA GANA. Y porque no hay alternativa. Fíjense lo que ha dicho el fracasado de Veltroni en su despedida: ya que me voy del convento, me cago dentro. ¡Qué típico y previsible!. Pero la crisis va más allá de los nombres: a Berlusconi le tocará el hecho biológico -ya tiene 73 años- y no tiene sucesor ni nada que se le parezca. No lo necesita. Italia es de derechas. A diferencia de España, a mayor número de votantes más posibilidades de que gane la derecha, un espectro ideológico que ha arrasado en la batalla de las ideas. La que perdura. La izquierda, cuando ha estado en el poder, no ha llevado adelante nada. Y cuando ha estado fuera ha impedido cualquier cosa.

En Italia pervive una izquierda revolucionaria -en letra pequeña- que plasma su pensamiento caduco en revistas de supuestos altos vuelos donde se defienden cosas que se debió llevar el viento, allá por 1989. La comparación con sus contrapartidas en la derecha es demoledora: han ganado la batalla de las ideas, y lo han hecho con argumentos donde la izquierda ha titubeado, hecho piruetas en el aire o se ha abstenido. En el caso italiano, la seguridad, pero también la sociedad multiétnica, el progreso entendido como desarrollo e infraestructuras, o el sistema social. La gente, la sociedad italiana, vota a la derecha y sabe por qué lo hace. Porque en ese país no hay nada al otro lado. Nada, creánme.