jueves, 5 de junio de 2014

Sobre las ciudades de llegada

Grindtorp (Täby, Gran Estocolmo), un sitio como los descritos
Se ha publicado en España, con cierto retraso -la edición original es de 2010- el notable libro Arrival City: The Last great migration, un destacado libro obra del canadiense Douglas Saunders, de profesión periodista y, a juzgar por este libro, uno de los buenos de su gremio.

El libro presenta, con una prosa fluida y sin apenas resultar monótono o aburrido, varios casus de lo que  el autor denomina con el neologismo ciudad de llegada, que no es otra que el primer asentamiento en la gran ciudad para los emigrados desde el campo. A pesar de incidir en el repelente abuso anglosajón de presentarnos a familias enteras con su nombre o filiación, el libro contiene un montón de ejemplos y circunstancias fácilmente extrapolables a cualquier ámbito.

No es casualidad que el autor sea canadiense: el gran país -por extensión- norteamericano ha demandado siempre más y más población foránea para ocupar y ocuparse de los vastos recursos de su territorio, empezando por el principal: el terreno. Sin embargo, no es un libro que trate de la experiencia canadiense, apenas reflejada en un casus, y de los menos transcentes. Es un libro con una pretensión global, en gran parte conseguida.

La tesis principal es que el mundo está viviendo la última gran migración del campo a la ciudad, y que esto traerá múltiples consecuencias. Ya se está viendo en China, donde se calcula que hasta 400 millones de personas desempeñan oficios manuales en las grandes aglomeraciones propiciadas por la dictadura comunista, pero que realmente no están establecidos en ellas, y si muy vinculados todavía a su pueblo, donde envían y dependen de sus remesas urbanas. Y lo mismo con la India.

Si estos lugares les parecen exóticos y alejados de su realidad cotidiana, también sale Europa. Uno de los pasajes más notables -de hecho, está muy bien escrito y presentado- nos lleva al confín polaco con Bielorusia, donde las explotaciones agrícolas están siendo abandonas y concentradas para que sean rentables, propiciando un éxodo a la ciudad, en este caso extranjeras: gran parte del supuesto milagro económico polaco, al igual que el español de los 60, consiste en haber enviado a todos estos agricultores a otros países, desde donde envían importantes remesas a las regiones más desfavorecidas del país.

El libro carece de gran aparato de notas -está escrito por un periodista, y no es pretencioso a pesar de un desasosegante comienzo- y de grandes teorías; de hecho, solo afronta el contexto histórico de las migraciones campo-ciudad a partir de la página 150, y tampoco muy bien (la Revolución Francesa la hicieron campesinos, ejem), pero esto no significa que sea vacuo: es muy apreciable la forma en la que va dejando teorías y explicaciones muy plausibles en cada caso presentado, nunca demasiado a la vez, nunca nada intranscendente.

Una parte importante del libro, y el tratamiento diferenciado más extenso, está dedicado a Estambul y los gecendoku -arrabales de inmigrantes en una de las grandes ciudades de llegada del mundo-, hasta el punto que al lector le queda la duda de que no haya sido un proyecto de libro paralelo que no germinó. Es el capítulo más ambicioso, y fracasa en gran parte por la pretensión de mostrar el fenómeno como el germen de todos los cambios en Turquía, el país que muchos países en desarrollo toman como referente.

El libro ofrece una visión del fenómeno en general muy positivo -con grandes elogios a la experiencia española, brevemente representada con el ejemplo de Parla (Madrid)-, con agudas lecciones sobre lo mal que les ha ido a los países que han intentado acabar o regular con las ciudades de llegada que, según lo expuesto por Saunders, si son flexibles y permiten a sus residentes adquirir la condición de ciudadanos y propietarios -todavía ambas cosas van muy asociadas-, contribuyen a la prosperidad del país y de sus individuos.

Es difícil rebatir esta tesis: allí donde el Estado se ha dedicado a combatir el fenómeno inexorable de la emigración del campo a la ciudad -en 2006 el 50% de la humanidad vivía en ciudades, para 2050 será el 80%-, el Estado ha fracasado o se ha quedado atrasado. Como es sabido, emigran los mejores, entendido esto no como algo meritocrático, sino como los más valientes o dispuestos a arriesgar, y toda esa energía, o se deja fluir libremente, o se vuelve levantisca. Ahí están muy bien puestos los ejemplos del gran suburbio teheraní de Emanzadeh´Isa, la horrible ciudad de la miseria chavista de Petare en Caracas o Mulund, en Bombay, donde se confinó a los musulmanes indios del estado colindante.

El libro no abunda en experiencias de como influye el urbanismo en el éxito o el fracaso de estas ciudades de llegada: si que tiene protagonismo en los ejemplos descritos de Les Pyramides en Evry (Gran París, el municipio donde fue alcalde el ahora famoso Manuel Valls), la típica utopía urbanista de los años 60, ideada de espaldas al ciudadano y edificada en honor del motor de explosión. Convertida rápidamente en una cárcel para sus habitantes porque todo es peatonal y no se pueden abrir comercios;  esos comercios con el que los inmigrantes prosperan a base de vender bienes o servicios a sus iguales, y que tan bien podemos comprobar en la realidad española.

Otro ejemplo traído por Saunders, y muy acertadamente, es el de Slotervaart, arrabal del Gran Amsterdam construido en los mismos tiempos y las mismas premisas utópicas que Les Pyramides. Fue ahí donde vivían los que después asesinaron a Theo Van Gogh, y donde las autoridades de la próspera y sin problemas financieros Holanda arrasaron todo el barrio para dar equipamientos y dejar que fuese un ghetto para inmigrantes, con medidas útiles como construir bloques asequibles para clase media holandesa, y que las escuelas dejasen de ser la extensión académica del ambiente rural que los padres emigrantes se habían traído de Borneo, Larache o Surinam.

Lo mejor del libro es que, presentando geografías exóticas o lejanas, no es difícil reconocer trazas comunes a cualquier país o ciudad que haya actuado de polo de atracción de inmigrantes; es un relato de éxito muy seductor y esperanzador, donde señala claramente el problema común -los turcos de Alemania no se han integrado porque jamás les han ofrecido ciudadanía, ni siquiera a los ya nacidos en el país- y también una conclusión muy evidente: la ciudad de llegada, si es dejada fluir libremente, es una ciudad de paso, puesto que se prospera hacia otras metas o lugares, dejando sitio en ella -mientras mejoran sus condiciones, puesto que nada te hace cuidar más las cosas que ser propietario de las mismas- para los nuevos recién llegados.

El tema escogido es fascinante, y es una pena que no se citen casos como los de Jeddah, la ciudad del mundo que más ha crecido, y lo ha hecho trayendo a gente de fuera de la petromonarquía medieval saudita, atraida por las altas subvenciones a la vida; o el paso testimonial por África, con el análisis de un arrabal de Kenia y unas referencias oportunistas y muy poco acertadas sobre Egipto y la conocida como primavera árabe. ¡Con lo bien que hubiese quedado para los fines del libro referencias a Lobito, en Angola, o el cruel ejemplo de Lagos, la megalópolis peor planificada del mundo!.

Como es un gran libro, ha tardado cuatro años en llegar al lector español; como es un tema que no nos importa en un país que durante varios años atraía más inmigrantes que ningún otro de la UE, ha tardado cuatro años en traducirse y publicarse -por cierto, sin ningún error y muy bien volcado al castellano-; como es un gran libro, no lo leerá nadie. Pero eso ya es otra historia.
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Algún día un historiador hará una buen resumen de este época y reparará en cosas como esta: subvenciones de dinero público (¡hasta 8500 euros!) para montar -y quemar, claro- hogueras de San Juan.¿Donde? En #gallegogrado, pero podría ser en cualquier otro sitio de España.
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Berlanga y Azcona se quedaron cortos. 
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El Museo Íbero de Jaen, otro más de esos equipamientos culturales fracasados, porque jamás contaron con un estudio de viabilidad, y sólo como vehículo para cobrar comisiones por la construcción y colocar a familiares como bedeles, para que esten cotilleando en las salas. Ojo al título de la tesis que está preparando el arquitecto. Es todo como de risa.


domingo, 1 de junio de 2014

Una estafa de libro

Soy intelectual, ¿oichesmes?
Por deudas contraídas que no ha menester comentar aquí, me he visto obligado a leer el último libro de César Antonio Molina, el gallego que fue Ministro de Cultura con Zapatero, especialista en ir saltando de cargo en cargo, y, según leo en las guardas "poeta reconocido, antologado y traducido, excelente crítico y ensayista". El libro es una soberana estafa al improbable lector que se acerque a este Narciso de sí mismo, y voy a explicar por qué.

A pesar de titularse La caza de los intelectuales. La cultura bajo sospecha, el libro es una mera compilación -arbitraria, desordenada, desigual, escasamente original, desgraciada- de diferentes escritos del autor, donde se juntan por arte de magia laudos, viajes, diatribas y tonterías sin fin, con un supuesto hilo imaginario que recorre la obra y al que está referido el título.

Al poeta Molina le encanta ver publicados sus farragosos y escasamente inteligibles escritos en soberanos volúmenes, a la manera gallega de que es mejor que algo pese a que tenga gravedad. Ya me vi obligado a leer su anterior deposición del género, el horripilante Lugares donde se calma el dolor, una mezcla de guía Baedecker, reflexiones de BUP y galleguidad desopilante por roma y vulgar, un volumen de título indicativo, al igual que otros del mismo autor como Donde la eternidad envejece, Vivir sin ser visto y Esperando los años que no vuelven. Es la alegría del huerto. De grelos.

Al poeta Molina le encanta ser parte de algo, y ahora se ha inventado que es un intelectual. Perseguido. Por eso perpetra este libro donde no explica nada, pero donde el lector tiene que inferir que, oh injusticia de las injusticias, el ex-Ministro es también un intelectual perseguido. El mismo lo deja caer en algunos pasajes, francamente bochornosos, de su estúpido libro, publicado como no podía ser de otra forma, en la colección Imago Mundi -et errumabo ego te- de Destino, especialista en el género.

Un básico de cualquier biblioteca
"¿Por qué tantos hombres de sabiduría se han metido en política?, se pregunta el autor, en clara alusión a su propia experiencia" es una frase que se puede leer en la contraportada, al lado de un dudoso "análisis equilibrado, incisivo, valiente y esclarecedor". Es por estas cosas por las que creo que este libro es una estafa al lector: en ningún momento se explica que el libro es una recopilación de miscelánea. No hay ni prólogo, y el índice es una irritante sucesión de títulos mostrencos sin citar un solo nombre.

Solo leyendo y perdiendo tiempo en las más de 500 páginas se puede adivinar esto. Es cierto que hay un cierto orden cronológico -empieza por su querido Séneca, acaba con unos infames artículos de historia intelectual y cositas del Holocausto-, pero no hay un orden mental. Insisto: es una recopilación de artículos de muy diverso origen. En ningún momento se dice esto al lector. Una estafa.

Así pues, el libro entra de lleno en la tradición españolísima de los desagraviados por sí mismos. Escrito con rencor gallego, entronca directamente con ese libro que publicó Jose Barrionuevo -sí, el mismo- donde incorporaba su propia vicisitud personal de terrorista a la tradición española de perseguidos por la Justicia. Se llama Procesos políticos en España (2003), igual que este se llama La caza de los intelectuales, ¿lo cogen?

Yo no voy a hacer un resumen del libro: ya lo he hecho. Es un libro deleznable en su propia concepción, y el autor ha aprovechado la rueda de lanzamiento para lanzar calumnias e insidias que atraigan los focos sobre un producto cultural tan deficiente que puede ser considerado una estafa. Simplemente les voy a extractar los momentos más divertidos.

El poeta Molinas posee un estilo obtruso y escasamente atractivo. Cuando está en sus viajes, se dedica a relatar todo, apoyándose en guías de turismo; cuando reseña a un autor, cita todas sus obras como si fuese un ejercicio académico: así, es muy normal encontrarse que, en plena diatriba para explicarnos las bondades de un autor ponga entre dos puntos "también escribió Zulanita de tal", o cualquier otra majadería.

Leer este libro ha sido un dolor de muelas. Como comulgar con ruedas de Molinas. Cualquier cosa vale y, lo que es peor: no he aprendido nada. Esta afirmación no encierra ninguna fanfarronada, es la pura realidad: es un libro que no aporta nada, absolutamente nada novedoso. Es más, dice cosas que son pura mentira o invención, como que Jovellanos murió "habiendo entrado las tropas francesas en Asturias, Jovellanos se embarcó en Puerto de Vega, en Navia, y falleció en medio de una tormenta" (pág. 91).

Jovellanos murió en una cama en Puerto de Vega, no embarcado y en medio de una tormenta. Podría ser un error -el libro tiene varios, es lo que pasa cuando estás copiando con el único ánimo de emborronar páginas y más páginas-, pero es algo más cuando descubres que, más adelante y hablando de Blanco-White (pág. 125), te planta sin rubor tres páginas literales de escritos del pensador español -con Azaña copia directamente ¡once páginas! de sus Diarios- donde este escribe, en un prolijo párrafo, como murió realmente Jovellanos.

Este detalle, y otros que no comentaré, inducen a pensar que este supuesto intelectual gallego, tan agraviado, no lee ni lo que escribe, o que dice escribir cosas que realmente no escribe. Ustedes verán con que opción se queda, pero esta bastante claro. Cuando era Ministro, una vez le hicieron en Caiga quien Caiga o algo así una pregunta cultural, de esas que salen en Pasapalabra, a ver si la sabía y, ni corto ni perezoso, pasó de responder. Se giró y se fue. Galleguidad absoluta.

Leyendo este libro no hay que preguntarse si Molinas es un intelectual perseguido, sino como es posible que alguien así se considere intelectual, y aproveche para despreciar a su sucesora en el cargo que le dio fama, que tiene igual o parecidos méritos que este gallegoide rencoroso. Miren que frase (pág. 206): "Horas después viajo rápidamente a Londres para ver a varios editores interesados en la publicación de alguno de mis libros, difícil tarea en un mercado tan gélido y tan poco proclive a entender a los demás" ¿No será porque son una basura, maldito Narciso?

Inquietante parecido físico. Y de valor nominal.
La selección de retratados es disparatada, llena de lugares comunes, otros no tanto (Milosz) y, especialmente, vacíos, que vaticinan la gran sima de conocimientos de este personaje que afirma (pág. 477) que lee mucho, y desde joven. Poco ha calado de eso, como demuestra la nausebunda diatriba contra Internet -esperable en alguien nacido en Galicia de la posguerra- que hay en las páginas finales, o el vulgar lugar común sobre Bruselas, donde no falta el típico desprecio sobre las cosas que realmente conocen los de su estofa (comer, comer y comer, y fingir que se leen libros): "En el restaurante Aux Armes de Bruselas como patatas fritas con mejillones. Son pequeños y no tiene el sabor de los de Lorbé, pero ¡qué remedio!". Ya. Igual que Bruselas es mejor que toda Galicia junta, paleto.

En la foto que aparece en la guarda del libro posa de tal manera que parece un émulo de su paisana Rosalía de Castro. Como último desprecio al lector, el libro carece de ningún índice onomástico o analítico. Una auténtica estafa. Parecer culto se ha convertido en una auténtica obsesión entre este tipo de gente, pero basta rascar un poco la pátina de roña y pueblo y se ve su auténtica catadura. Miren sino al presidente de este juntaletras y ripios, capaz de cualquier cosa en vez de decir que desconoce de lo que se está hablando. Erre que erre. Cosas de gallegos y su oximorón: intelectual.