Algunos querían hacer un parque. Otro. |
Esa es la principal causa: la naturaleza. El ciclo del agua, que se estudia y con razón entre los primeros contenidos de la escuela. Habrá que repetirlo todas las veces que sea necesario: la catástrofe sucedida en la Ribera Alta valenciana (o Horta Sud) es algo natural, bien documentada y cuyos efectos no hay que buscarlos en oscuras crónicas olvidadas, sino en periódicos, informativos y todo tipo de registros oficiales.
Lo que ha sorprendido es la intensidad de la precipitaciones. O no, puesto que en la "pantanada" de Tous en 1982 se llegaron a registrar picos de precipitación aún mayores. 1982, en términos climáticos y geológicos, es hace un parpadeo. En esta ocasión se han registrado salvajadas como 180 litros por metro cuadrado en una hora, para un acumulado de 618 litros en 24 horas. Con esa intensidad se disuelve la tierra, se difuminan los cauces y se compromete la seguridad de cualquier infraestructura no diseñada específicamente para resistir esa precipitación (suelen ser casi todas, excepto presas y canales de derivación).
Esto viene a cuento porque, con ocasión de una riada histórica en Valencia capital, se decidió ejecutar el conocido como Plan Sur, una idea que se llevaba barruntando desde hace un siglo, y que básicamente era sacar el cauce del río Turia -en puridad, un torrente- de la ciudad y pasarlo con un bypass por el sur de la ciudad. Se diseñó con amplitud de miras, anticipando lluvias catastróficas como las de hace unos días, y ha funcionado a la perfección: estaba pensado para hacer fluir encauzados 5500 metros cúbicos de agua por segundo, y ni siquiera ha empleado la mitad de su inmensa capacidad (sección de 250 metros, altura de 7´5 metros: podría llevar el mismo caudal que el Danubio a su paso por Budapest)
Ha funcionado a la perfección, salvando a la capital de una catástrofe natural con precedentes. El problema viene con que no se hizo lo mismo con el torrente de Poio y la cuenca del río Magro, que son los dos cauces que, debido a la intensidad de la precipitación, han causado el desastre. ¿Y por qué no se encauzaron debidamente? Primero, por falta de dinero: el Plan Sur se financió por la ciudadanía de Valencia con impuestos especiales -durante años tuvieron que pagar un extra en el franqueo postal, entre otro impuestos directos creativos- y después el gasto público se ha dedicado a otras cosas; y, segundo, porque no es tan fácil hacer las expropiaciones necesarias en un territorio densamente poblado y con una variedad de usos económicos muy amplia.
Aquí llegamos al segundo punto que ha causado la tragedia de este 2024: la incorrecta gestión del riesgo, algo enteramente atribuible al ser humano, a diferencia de la intensidad de las lluvias. Se consideró que un terreno llano, sin fronteras naturales, era urbanizable, y que incluso se podían hacer túneles o aparcamientos subterráneos. Así durante los sucesivos booms de la vivienda, algo muy patente en esa zona de España, y durante los paralelos ciclos económicos. En una zona inundable creció una mancha de pueblos (en puridad no lo son, son ciudades con decenas de miles de habitantes, formando un continuum apenas separados por la decreciente huerta) con una gestión del territorio y el urbanismo que ha despreciado de manera palpable los riesgos conocidos de la zona.
Es como si en una zona sísmica se siguiese construyendo sin la normativa adecuada, pensando que nunca más va a haber un terremoto. Ni siquiera en Italia se hace algo así: tanto en la cuenca del Arno como en la del Tíber -ríos semisalvajes que no están regulados por un gran pantano- se mantienen grandes extensiones de terreno donde el caudal se puede aliviar en casos de avenidas y, si se ha permitido construir, es en casas donde no se puede habitar ni ocupar la primera o la segunda planta, en edificios que se sostienen como palafitos.
El Plan Sur |
Es una culpa colectiva de las diferentes administraciones que se han sucedido en el Gobierno regional y el nacional. Las consecuencias están a la vista de todos, pero nadie tiene el derecho a hacerse el sorprendido, y más cuando llegamos a la última de las causas que nos han llevado a esta situación, en orden decreciente: el uso incorrecto del terreno en esta parte de España. Aquí entramos en un tema predilecto de este espacio como es el urbanismo, eso que condiciona en gran parte la vida que realmente vives, aunque no te des cuenta hasta en ocasiones como esta.
La inmensa mayoría del terreno anegado temporalmente por las aguas era antes de uso agrícola, donde las riadas son incluso buenas: al igual que pasa con el Nilo, las crecidas y desbordamientos de este tipo fertilizan la tierra, esa tierra fina y fértil de la afamada huerta valenciana. Hay un vaso comunicante entre la chufa del río africano -su lugar de origen- y el tubérculo de la bebida más famosa de la zona. Si se inunda ese terreno llano, después rebrota con fuerza y las pérdidas materiales son insignificantes, porque lo que había era barracas y tendejones agrícolas.
Sin embargo, se hizo caso omiso y se urbanizó gran parte de ese campo agrícola, que no es como otro cualquiera. Se urbanizó, además, sin medidas de protección especiales contra el fenómeno natural recurrente y ya explicado. Se pavimentaron calles, plazas, crecieron todos los pueblos hasta hacerse ciudades (en Madrid todavía hay gente que se refiere a Leganés y Móstoles como pueblos, Penélope Cruz llamó a S. Sebastián de los Reyes "my little village" cuando recogió el Oscar), se construyeron centros comerciales en las cercanías de grandes vías de comunicación que han hecho de barrera (la "pista de Silla" se inundaba frecuentemente por esto mismo) y el terreno perdió su capacidad de absorción, convirtiendo así las calles de polígonos industriales en canales artificiales que potencian la fuerza de las riadas históricas.
Además de todo esto, conocido por cualquiera mínimamente interesado en estos temas, en este nueva tragedia española, con visos de tener amplitud de efectos de todo tipo, se vuelven a repetir dos fenómenos igual de recurrentes. Fenómenos transversales y que nos explican como país y sociedad. El primero de ellos es el analfabetismo matemático básico de gran parte de la población, incluyendo, por supuesto, las autoridades competentes. Es algo que vengo observando desde hace décadas, y que se encuentra en la base de tragedias recientes de todo tipo: si cobras 1.200 euros al mes, no te metas en una hipoteca de 240.000 euros; si el ritmo de contagio de un virus es exponencial (16, 32, 64...), no pienses en que no te va a pillar; si hay X camas de hospital en una ciudad, no pienses en que va a haber una reservada para ti en el momento en el que te contagies. Creo que se entiende: la gente común jamás piensa matemáticamente, aunque aparentemente sepa leer y escribir.
Cuenca drenada por el Poio. No es pequeña, no |
Y la segunda de ellas es algo que podríamos definir como todo el país es una fiesta. En la tragedia del Alvia gallego -descarriló en Galicia, el conductor era gallego, el pasaje era gallego- al día siguiente era festivo, el Día de Santiago. Quería llegar sonando el claxon, como los camioneros, y nadie le iba a impedir incumplir el horario. En el Eurofighter estrellado el 12 de octubre volviendo a la base tras el día nacional, el piloto quería saludar a la mujer con un inchino -por usar la expresión del capitán que hundió el Costa Concordia-, se palpaba el ambiente de jolgorio de festividad. Actuación de Aoki en el Madrid Arena, ningún médico de menos de 75 años en el recinto, overbooking. Al día siguiente, Halloween. Sigan la pista, encontrarán muchos más ejemplos de anticipo de fiestas + tragedia.
En esta ocasión, el aviso de la AEMET (alerta roja por precipitaciones excepcionales en una región acostumbrada) tuvo la mala fortuna de encontrarse en lontananza de un puente festivo donde a la hostelería -en Valencia y en otros muchos sitios, el auténtico poder reinante- le venía muy mal que los telediarios y demás medios de propaganda pusiesen lluvias, o calles embarradas, o problemas de cualquier tipo. En general, hay aversión a que las cosas puedan salir mal por causas de fuerza mayor. Un Tokyo 2021 -una olimpiadas aplazadas, sin público- jamás hubiese sido posible en un hipotético y felizmente evitado Madrid 2020. Tiene que haber siempre fiesta, festividad, gente en la playa a 1 de noviembre, terrazas llenas. Enséñales los dientes, que se vean. Que vean que somos felices y que nadie nos va a amargar, ni la lluvia ni la AEMET. Que se habrán creído.
No me lo quito de la cabeza, igual que no me quito de la cabeza que una zona inundable recurrentemente no tuviese un sistema de alerta inminente como los altavoces que jalonan y afean Suiza, Japón, grandes partes de Rusia o Alemania, listos para ser activados cuando se requieran, incluso con 5´ antes de que llegue la riada, o que en los colegios y centros públicos de la Ribera Alta valenciana no se den sesiones periódicas de 15´ sobre cómo actuar cuando el agua volviese, porque iba a volver siempre. En todos esos otros sitios lo hacen para las diferentes catástrofes naturales que padecen: ¿terremoto? Ponte debajo del pupitre para evitar cascotes ¿incendio? sal a gatas para evitar el humo. ¿Por qué bajó gente en ascensor al parking? ¿No sabían que el ascensor no se usa jamás en cualquier alerta? ¿Jamás de los jamases?
Insisto, habrá tiempo de buscar malos y perversos con nombres y apellidos -algo normal dentro de la infantilización de la política y el discurso público-, pero lo sucedido en la riada de Valencia de 2024 tiene raíces mucho más profundas, no atribuibles al corto plazo, y más bien a una forma de entender la vida. Se lo he puesto en negrita, por si no les apetece volver a leer la perorata de un ciudadano ante una catástrofe de origen natural, o por si les apetece apuntarlas para la siguiente ocasión.
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(incorporado a 11/11/2024) Muy buen reportaje periodistico, usando tesis doctorales sobre el tema, sobre el Plan Sur, que complemente perfectamente este post.
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Parece que finalmente habrá AVE Sevilla-Huelva, una tontería más de nuestra red ferroviaria, dado que la ganancia de tiempo será inferior a 10´.