jueves, 23 de septiembre de 2010

El auténtico termómetro de la huelga general

Ya se están ultimando los preparativos de la quinta huelga general de la democracia, consistentes en que los sindicatos intentan obtener más huelguistas a la fuerza mediante el viejo truco de paralizar los transportes. Así empezaron con huelgas de tranvías y ferroviarios, de siempre uno de los colectivos más sindicalizados cuando había otro mundo.


La impresión previa es que no va a haber huelga masiva. La reforma laboral por la que se convoca la movilización obrera es asumida tácitamente por la mayoría de la población, y aseguraría que si la reforma no se hubiese quedado en el actual espantajo y hubiese apostado por un mercado de trabajo flexible y móvil, hubiese obtenido aún más respaldo tácito. Lo veremos el 29 de septiembre, la fecha en la que nos han convocado, estemos afiliados o no, nos interesen los sindicatos y sus posiciones organicistas o no.

Escuchando el penoso panorama de las tertulias radiofónicas se ha convertido en un lugar común hablar de la huelga de 1988, la que montaron a Felipe Gónzalez una panda de resentidos encabezados por Nicolás Redondo. Este siniestro personaje, cuyo legado heredó su aún más siniestro hijo (el del pacto con Mayor Oreja, el de la reunión con Damborenea en Colindres), nunca llevó muy bien que le ganase la pugna por el PSOE un joven abogado laborista sevillano que, cuando llegó al poder aupado por el mayor refrendo popular de la historia -en muchos sentidos irrepetible- se encontró con el desastroso panorama de una economía estatalista y paternalista.

La política económica aplicada por Boyer y después por Solchaga fue un éxito rotundo, y si algo hay que reprocharles es no haber ido más lejos, como estaba haciendo en esos momentos Margaret Thatcher en el Reino Unido. Algo debió parecer mal a los sindicatos en 1988 que ahí que convocaron a una huelga general, a ver si alguien se acuerda del motivo. Yo me acuerdo de la de unos años después, contra los contratos temporales y las ETT, tiene cojones. Ahora protestan porque la indemnización por despido, inasumible por la mayor parte de los empresarios -por eso hacen contratos temporales y apenas fijos- intente tener algo de racionalidad y no ser otra rémora más del franquismo.

En fin. Según los tertulianos, uno de los mejores momentos de ese 1988 fue que RTVE cortó la señal. Si, el ente público que vive de las subvenciones públicas y que en aquel momento estaba compuesto al 100% por funcionarios (incluyendo los fontaneros, electricistas y conductores) fue a la huelga. "Ahí fue cuando se vio que la huelga iba en serio", opina el Sr. Facha en MierdaRadio.es, mientras que Doña Enriqueta apostilla en la Radio de Luis del Olmo que "Zapatero es tan malo que deja a Felipe a la altura de un buen gobernante, ¡ponme otro gin-tonic!". Lo escucharán estos días en mayor o menor medida.

A mí lo que haga RTVE y su basura de programación y profesionales, o si Pepa Sastre va a la huelga o no, o si Fran Llorente logrará hacer un telediario entero con noticias de alumbramientos de animales en el zoo me trae sin cuidado. Es simplemente vergonzoso que un trabajador público vaya a la huelga contra una reforma laboral que ni le va ni le viene, y si le interesasen algo los derechos de los trabajadores no se habría procurado un asiento en El Ente. Son simplemente unos caraduras.

En una huelga general cuando en el poder está un partido que no es derechas suelen salir extraños compañeros de viaje. Obispos; reputados empresarios que odian el sindicalismo y lo que significa, pero si con permitir la huelga ese día hacen daño, pues se suman; policías aquejados de súbitas toses compulsivas y, en general, toda la ralea que se suma al llamamiento a la holganza para una loable misión pública: joder, y cúanto más mejor. No son sindicalistas los únicos piquetes en liza en un llamamiento a huelga general.

Sin embargo, el auténtico termómetro de la huelga general no está en estos o aquellos, sino en la institución que mejor representa España y su cultura empresarial: El Corte Inglés. La empresa familiar, la mayor cadena de grandes almacenes de Europa y caracterizada de siempre por su extrema opacidad (¿herederá Isidoro en Dimas? ¿no lo hará?) fue y será el auténtico medidor de la huelga general de dentro de una semana, como lo fue en 1988 y en sucesivas ocasiones.

Aquel año la huelga fue de las buenas, y el propio Felipe González reconoció que fue una cosa que le hizo mucha mella. Cerró todo, todo menos El Corte Inglés. El único centro de toda España que consiguieron cerrar los piquetes informativos fue el de Bilbao, y sólo a partir de las tres de la tarde y por las especiales características que tenía la ciudad del Nervión a finales de los ochenta. También sus sindicatos, justo es decirlo.

En El Corte Inglés no existe la huelga. El fundador César Rodríguez ya inculcó a su sobrino Ramón Areces lo que significaba ese mal de que los trabajadores se organizasen colectivamente para reclamar sus derechos o mejoras en las condiciones de trabajo, y así ha quedado fijado de por vida en la empresa astur-cubana. La representación sindical en el conjunto de las empresas de El Corte Inglés, que tiene una cifra de empleados de cinco dígitos y es el mayor empleador privado del país, está a cargo de dos sindicatos amarillos, esto es: directamente relacionados con los intereses de la empresa.

Los sindicatos mayoritarios en el resto del mundo laboral en España, conocidos como CC.OO y UGT, no llegan al 10% de los trabajadores, por lo general gente que con su afiliación ya ha tirado por la borda sus posibilidades de ascender en la estructura empresarial medieval de la empresa. Eso sí, las cifras de afiliación a sindicatos en El Corte Inglés están entre las más altas del país, excepción hecha de las regiones hegemónicas de la izquierda, donde la gente se afilia al sindicato por las mismas razones por las que se afilian en El Corte Inglés.

CC.OO y UGT, que como buenas organizaciones aspiran a ser hegemónicas (interlocutores válidos en el lenguaje políticamente correcto), saben perfectamente que la piedra de toque en una huelga está en El Corte Inglés. También la Policía, que desde primeras horas de la mañana -muy primeras en este caso, para evitar la clásica silicona en la cerradura y métodos más contemporáneos- vigila los centros de la empresa que jamás se pone en huelga. Esta, alérgica a aparecer en los medios por cualquier noticia, será tratada por "unos grandes almacenes": no les hará falta buscar el triángulo verde en la imagen que unos periodistas que no irán a la huelga distribuirán, porque ya sabrán que se tratará de la empresa gestionada por la Fundación Ramón Areces. En cuanto a lo que diga la noticia, no tengan ninguna duda: El Corte Inglés abrirá, como ha hecho siempre desde 1934, y seguirá siendo el termómetro de las huelgas en España.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La envidiable salud de las estatuas monumentales

Parecía que con el cacareado fin de la historia (poner al autor es como decir el caballo blanco de Santiago) iba a dejar atrás uno de los símbolos más reveledores de un país y su sistema político, especialmente en aquellos países donde todo es sistema político y los individuos son un decorado ideado para aplaudir.

Al del fin de la historia le llovieron palos desde la izquierda, que se sentía identificada en eso de los macrorelatos que ya no podían aspirar a ser hegemónicos (¡ay!) y el pobre autor estadounidense ha tenido una existencia un poco anónima, cuando clavó las grandes líneas de su análisis.

Descendamos a lo práctico: las estatuas políticas se realizan desde hace milenios para ensalzar la figura, valores e imagen del honrado, sea persona física o constructo abstracto. Con nuestra sensibilidad occidental y postmaterial nos da un poco de repelús eso de ver una estatua de diez metros A la gloria de la nación española o a Don Francisco Álvarez-Cascos, mejor Ministro de Fomento de la historia, pero es porque tenemos el gusto atrofiado.

En el siglo XIX, con la construcción de los estados-nación, y hasta mediados del  siglo XX, con el intento de hacerlos creíbles, la escultura política monumental vivió sus momentos de gloria. A nadie extrañaba que se emprendiesen colosales obras figurativas como el Monte Rushmore, el Altar de la Patria de Roma o un retrato ecuestre de Wellington. Con el devenir del tiempo, ese tipo de monumento-fetiche acabó identificándose con las dictaduras del peor pelaje (las del partido único y las otras, las del general único) y como muestra de las locuras del poder. Aquí se lleva más la plaquita en la inauguración.

Ahí queda el recuerdo de los monumentales Mazinger-Z comunistas desalojados de sus pedestales entre 1989-1992, y eso que algunos representaban cosas tan bonitas como El Pueblo en Armas o el IV Plan Quinquenal. O la icónica imagen de Sadam Hussein todo bronce rompiéndose por los tobillos mientras unos irakies pagados para aplaudir hacian de comparsas, allá por 2003. Parecía que el fin de la estatua monumental política iba asociada al fin de la historia y resulta que no, que cuenta con una envidiable salud en los balbuceos del s. XXI.

La noticia es de The Economist, y nos dice que en Macedonia, país europeo y en algún momento futuro socio comunitario, están erigiendo un fenomenal conjunto monumental a mayor gloria de los héroes de la patria. Evidentemente, el conjunto será rematado por una descomunal estatua ecuestre de Alejandro Magno. Conviene recordar que Macedonia es un país que vive exclusivamente de las ayudas internacionales y las remesas de sus emigrantes, además de su muy floreciente industria de tráfico de bienes y productos no regulados.

El semanario le da un sesgo político que no nos interesa en absoluto, aquí sólo cabe aplaudir a ese visionario político que ha tenido el arrojo de emplear el dinero de la comunidad internacional en algo duradero y que atraiga a los turistas. ¡Que bien nos vendría alguien con esa firme decisión política de plasmar en bronce u otros materiales nobles y resistentes a los que nos ayudaron a hacernos grandes! ¡España, tus hijos no honran a sus padres!.

Lo de Macedonia, lejos de ser un caso aislado, es uno más de los ejemplos que florecen de escultura monumental por el mundo. Es más, hasta les diría que es un poco rídicula por sus dimensiones sólo cinco veces mayor que el normal ser humano. La foto de hoy ilustra el simpátiquismo monumento que han construido en Senegal -durante muchos años presentado como un país modélico de África- para conmemorar sus cincuenta años de independencia. Ha costado 23 millones de euros y tiene un marcado gusto soviético, o de socialismo real.

Al margen de las polémicas propias de esas latitudes que han envuelto el estreno de tan magna obra -por la que el presidente del país cobra derechos de autor en cada entrada, por su autoría intelectual. Parece una broma pero no lo es- lo que destaca es la bella factura de Renacimiento Africano, más de lo segundo que de lo primero. Por cierto, Senegal también recibe ayuda al desarrollo y esas cosas que se envían desde el primer mundo para mejorar las condiciones de vida por ahí.

¿Habrán contratado a Juan de Ávalos? ¡Qué va! La escultura se hizo en Corea del Norte, país donde sobrevive la auténtica esencia de la revolución, y después transportada a su exótico emplazamiento. Algunos cronistas comentaron el día de la inauguración que estaba rodeada de chabolas y miseria, por lo que se intuye que no conocían mucho África, en vez de recrearse en los detalles de la escultura.

Esos detalles de Inauguración de Koljos o Apertura del canal del Mar Blanco sólo han podido ser posibles gracias al insustituible concurso de Mansudae Art Studio, la empresa de capital social unipersonal que tiene la dictadura comunista hereditaria de Corea del Norte. Al parecer, en la injustamente vilipendiada república de trabajadores trabajan unos ¡10.000! artistas en proyectos de esculturas monumentales, y muchos de ellos son para la exportación.

No les faltan clientes. Namibia, que accedió a la independencia en 1989 gracias al concurso de Pescanova, tiene prisa por formar su propio ajuar de esculturas y ya cuenta con Palacio Presidencial, el Cementerio para los Héroes Nacionales, el Museo del Ejército y el Independence Hall, todos de bellísima factura. Angola no se queda atrás y, mientras Luanda es la ciudad más cara del mundo -es lo que tiene el chute de petróleo-, también puede lucir centro cultural António Agostinho Neto y el Monumento a la Paz. De todos ellos pueden encontrar información en Internet, por lo general asombrados turistas que no saben comprender la esencia de virtudes que condensan.

Evidentemente, Mansudae Art Studio no tiene las herramientas necesarias para luchar en el encarnizado mundo de los marchantes de arte, y para eso tienen un representante italiano que nos explica un poco la peculiar organización del trabajo de lo que es sin duda el mayor estudio artístico del mundo. No compiten en precios, compiten en calidad, como puede comprobar cualquiera que dedique el tiempo suficiente a navegar por su página web.

Evidentemente, si estos países africanos han decidido gastarse su dinero, y a veces el que no es suyo, en este tipo de monumentos, es su responsabilidad. Ese no es el problema, el problema es que cuando se hace ese gasto y en este concepto es porque quieres transcender a la historia. Supongo que la gloriosa historia nacional de Namibia no se considera dentro del gran relato, pero no deja de ser significativo en estos tiempos de fin de la historia. Y no parece que a los de Mansudae les falte carga de trabajo: ahora mismo más de un reyezuelo democrático y francófono de África estará preguntando precios para su propio conjunto monumental. Desde luego, ya sólo me faltaría ver que se están montando ahora mismo fábricas de máquinas de escribir. Y con envidiable salud.
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Mientras dure la concesión hay que aguantarse. Y lo mismo con las autopistas de peaje. Salvo que lo que se esté planteando en el artículo, además de la típica agitación pseudoecolojeta contra una gran empresa, sea una nacionalización o una expropiación...nah, eso es de otros países...
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jajajajajajajaj, ¿y que se sepa ya lo de Orange Market en la Copa América? jajajajjajaaj, menos mal que eso nunca saldrá, porque van a hacer otra edición de la exhibición -de mierda- en Valencia...
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Increíble: un rector que reconoce que tiene una Universidad demasiado grande para la región en la que está asentada. Por algo ya no es rector: esa no es la manera de pensar. Que el número de parados con titulo de licenciado no te haga pensar lo contrario.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

¿Universitarios rentables?

La OCDE acaba de publicar uno de sus interesantes informes donde compara país por país en algunas magnitudes básicas de desarrollo, en este caso educación. Education at a glance hace honor a su nombre y se puede consultar libremente aquí, muy bien expuesto. Los datos son del curso 2007/2008.

Una de las conclusiones más claras que se extraen es que España forma a universitarios que su mercado laboral no puede acoger. Entre los titulados superiores españoles en la franja de 25 a 29 años un 44% está con un trabajo inferior a su formación, frente a un 24% de media en los países de la OCDE, que tampoco es para tirar cohetes.

El dato muestra muchos relieves. Por ejemplo, que entre que se acaban los estudios y se encuentra una posición adecuada hay un vacío laboral del que es muy difícil salir, porque se alarga hasta bien entrada la treintena. Es la famosa generación de los teleoperadores con licenciatura. Este fenómeno indica un problema estructural de la educación en España, un sumidero de fondos públicos y un despropósito como país.

El licenciado -ahora, Bolonia mediante, graduado- sale al mercado laboral pensando que tiene un puesto de trabajo esperándole, pero el mercado laboral no es así. En un país que vivía del boom de la construcción lo que se necesitaba eran técnicos con formación de FP, pero esta enseñanza siempre ha estado desprestigiada en España. Y eso que mucha gente va a la Universidad pensando en elevados sueldos, cuando estos son mucho más comunes entre técnicos bien formados.

La creacción del Estado autonómico propició la proliferación de Universidades por todas partes. Cada Comunidad Autonóma quería tener la propia, y así fue. Que después esos licenciados tuviesen que emigrar a la ciudad dinámica más cercana con su título de universidad de provincias bajo el brazo no interesaba a los políticos locales, que pensaban que iban a retener la juventud creando la institución. Y cuando todas las CC.AA tuvieron su Universidad, cada ciudad en torno a los 100.000 habitantes quiso tener su campus. O una Universidad.

Se ha producido así fenómenos tan curiosos como que en un radio de 100 kms entre Alicante y Murcia se pueda estudiar Derecho en hasta seis centros diferentes entre públicos y privados. O que, como recordaba hace poco el muy inteligente Ministro de Educación Angel Gabilondo, en Madrid haya más estudiantes de Derecho que en todo el Reino Unido. Madrid, 6´6 millones de habitantes. Reino Unido, 60 millones. Y así con muchas otras titulaciones, aunque merecería un tratamiento aparte esta obsesión con el "Derecho".

Evidentemente, aquí no influye nuestro modelo productivo, es sencillamente un problema de oferta y demanda. España fabrica muchos licenciados y muy pocos técnicos. Y es difícil la reconversión de los primeros en los segundos, aunque cada vez se da más frecuentemente el fenómeno de un licenciado que se matricula en FP para tener un oficio. Estaría bien conocer la estadística, pero no se si existe, aunque la conclusión es evidente: una dilapidación del dinero público por una mala planificación.

Considerando que la mayor parte de los licenciados lo son por universidades públicas, donde el interesado paga únicamente el 20% del coste total de su formación (y esa también es otra pata del problema), el problema se atajaría en la oferta, cancelando titulaciones. El problema es que se han creado Universidades, y sus departamentos inherentes, con su buena cantidad de funcionarios en categorías que van desde Catedrático de Derecho Internacional Público en la Universidad de Huelva con Profesor Asociado. Evidentemente, no se pueden despedir, por esas cosas del Derecho Administrativo.

La solución sería a largo plazo: no convocar más plazas y dejar que se vayan extinguiendo, pero ninguna CC.AA querrá que le cierren su preciosa Universidad, a pesar del sumidero de recursos que supone. Las Universidades han llegado y ahí se van a quedar: ahora con la caída de la natalidad algunas lo están pasando francamente mal para lograr una matrícula digna, pero les da igual. Como no se rigen por criterios de mercado, sino por la pura y dura subvención pública que no rinde cuentas, seguirán pidiendo fondos para compensar la caída de matrículas, en vez de hacer un ERE como sería lo lógico.

Y si no se puede actuar desde la oferta, y la demanda es difícil que se active (¡cambio de modelo productivo! ¿Cúantas generaciones lleva eso? ¿Ese cambio hará que se asuman todos los licenciados en Derecho?) esto tiene una solución muy difícil. Al Estado, al parecer, le salen las cuentas: por cada euro invertido en Educación a lo largo de todas las etapas formativas -tengan en cuenta que la educación es obligatoria hasta los 16 años, y lo paga el Estado- dicen que vuelven tres al erario público.

Cada titulado superior acaba pagando al fisco, a lo largo de su vida laboral, una media de 141.000 euros en impuestos, el doble de lo que ha costado su formación. En el resto de la OCDE es el triple, pero aquí se cotiza menos. El dato tiene trampa, porque muchos de esos titulados superiores, como se ha explicado más arriba, se acaban colocando -y el proceso va a seguir así mucho tiempo- en puestos de categoría inferior y, consecuentemente, con bases de cotización inferiores. Pero bueno, no le quitemos la ilusión a algunos, que se atreven a afirmar muy alegremente que "los universitarios son rentables".

Así, en general, es mentira. Menos universitarios y más formados son más rentables. Más técnicos y con cualificaciones más acordes al mercado laboral son también más rentables. No parece que sea la situación de España. De hecho, en el Doctorado el panorama es desolador. En España mucha gente se engancha al Doctorado como continuación a su licenciatura porque, como no aprende una profesión y su única profesión es estudiante a tiempo completo -la media de españoles que compatibilizan estudios y trabajo es muy baja, al revés de otros países con una cultura de trabajo más asentada-, parece la opción más lógica. También por su bajo precio.

Bueno, que cada uno haga con su tiempo lo que quiera. El problema es cuando son estudiantes de doctorado becados, bien sea con las becas FPI o FPU, de formación de personal investigador o de formación de personal universitario. Únicamente un 45% del total de los agraciados con una FPI (cuatro años a una media de 1.350 euros mensuales, matrícula gratis: una pasta para el Estado) acaba presentando la tesis. Y en FPU, sólo el 38%. Lo pueden leer aquí. 2.000 becas al año.

Y eso que el estudio contempla hasta 5 años desde que inician el proceso, esto es: un año suplementario a lo normal. La medida más normal sería que estos caraduras devolviesen el dinero con el que el Estado les ha pagado sus vacaciones en la gran ciudad, sus viajecitos de ejecutivo a congresos y todo eso, pero no parece que vaya a ser así. Esto es consecuencia de la subvención pública: en España hay un acendrada tradición de atacar el sistema de estudiar por créditos bancarios de los países anglosajones, pero precisamente el saber que te estás jugando tus futuros ingresos hace que seas más responsable con lo que te estás jugando. Evidentemente, cuando el dinero no es tuyo, se logran esos porcentajes de fracaso del 55% y del 62%, que tienen cojones.

No siempre se puede llegar a una conclusión académica, pero cuando ya vas becado tienes el camino expedito para presentar la tesis. Casi siempre, cum laude por unanimidad. No parece que sea así, o que al doctorando le interesa acabar. Y el que acaba, a mendigar hasta la cuarentena un puesto fijo. O emigrar, con lo que estaríamos formando a gente que después aplicará esos conocimientos, y cotizará, fuera de nuestro país. Como ven, un sistema brillante y magníficamente planificado.

Como esto es una vergüenza y un despropósito, una de las medidas que quiere tomar el Ministerio es reducir el periodo de Doctorado a tres años. Eso acortaría la agonía, lo que no está nada mal, pero de nuevo se sigue sin abordar que si se sigue con 2.000 becas al año el mercado no va a poder asumirlos. También dejar la calificación en "apto" o "cum laude", porque ya era un cachondeo. Sólo son parches, porque la única solución es reducir la oferta: que sólo hagan el Doctorado los más brillantes, cosa que ahora no pasa, dado que a todo el mundo le asusta que le ponga la etiqueta de elitista, cuando lo único que se quiere es ser más eficiente.

Al final hay que ir a la cuestión de fondo. ¿Para que quiere España tantos licenciados? ¿Los necesita? ¿Para que quiere formar científicos? El sistema es ruinoso en sus objetivos y resultados, y ni siquiera queda el consuelo de que esté formando mejores ciudadanos, porque no creo que pueda ser mejor ciudadano alguien que considera que le tiene que estar esperando una plaza de trabajo en propiedad, aspiración final no confesada de todos los que se meten en estos berenjenales.

lunes, 6 de septiembre de 2010

¿Sabes que tus defensas están siendo continuamente atacadas?

La noticia ya es de hace un tiempo, pero merece la pena detenerse en ella. Si hace poco explicabamos que vivimos en un mundo donde nos advierten continuamente del peligro en cualquiera de nuestras acciones, parece la ocasión propicia para hablar de esos agentes infecciosos que esperan cualquier oportunidad para, agazapados bajo cualquier actividad cotidiana (salir a la calle, llevar a los hijos al colegio, jugar al mus) ¡zas!, ponernos con una patita en el otro mundo.

Menos mal que la publicidad y la maravillosa capacidad de nuestro sistema de producción y acumulación para proponernos nuevos productos y aparatuquis obra en consecuencia y, al mismo tiempo que nos advierten de esos indudables peligros, nos ofrece su remedio. Salvarte está en tus manos, pero no llevando unos hábitos de vida saludables, comportándote virtuosamente y no haciendo tonterías con tu frágil cuerpo, sino tomando nuevas cosas.

Hace unos años el Tribunal de Justicia de la Unión Europea obligó a que se retirase la partícula "Bio" de la infinidad de productos que la habían incorporado a su promoción, dando una falsa imagen de salud, cuando no de medicamento. La cosa ha funcionado bastante bien y, aunque hay algunos subterfugios utilizados por las empresas productoras para colocar su estafa de pseudomedicamento, es otro logro para computar en el amplio abanico de méritos de la legislación comunitaria.

Sin embargo, sigue habiendo productos que venden supuestas propiedades mágicas asociadas a su ingesta. Uno de los más famosos es el descarado Actimel, que inunda la publicidad en cualquier soporte y con cualquier treta. En una famosa campaña presentada por la periodista colagenada y hecha una caricatura de sí misma Susana Griso, se veía como el mundo exterior era netamente hobbesiano -radicales libres ¡habrase visto!- y ella tenía el remedio que mejoraba nuestras defensas. De hecho, llegó a presentar una campaña con "testimonios" de gente que veía su vida mejorada gracias a esta pócima de alquimista y también aparecía en un anuncio resfriada, en una estrategia publicitaria que no acabé de comprender en su totalidad.

El producto, fabricado por la multinacional francesa Danone, venía rodeado de la habitual retahíla de datos pseudocientíficos, recomendaciones de sociedades y colectivos médicos y, sobre todo, un boca a oreja fenomenal. Ha llegado a convertirse, merced a su disparatado precio (el pack de seis botes de tamaño de donación semental pasa de los tres euros) en una parte muy importante de los beneficios, porque su éxito ha sido fenomenal: madres que se lo dan a sus hijos, hijos que se lo piden a sus madres porque ven en el anuncio que al tomarlo te iluminas y obtienes superpoderes, "a mí me va fenomenal" -¿es que antes estabas lisiada y quejumbrosa?-, lectores de Esquire y, por no caricaturizar mucho, todo el mundo, porque hasta hay marcas blancas imitando.

Hace un año la Autoridad Publicitaria Británica prohibió un anuncio de Actimel porque no podía demostrar científicamente todo lo que propugnaba, principalmente que ayuda a las defensas infantiles. El anuncio no era muy diferente del que llevaba años bombardeando en todos los países europeos que se pueden permitir el lujo de gastar tres euros en 100 ml de liquido blanco correoso, esto es: la mayoría. ¿Por qué en Reino Unido y no en otro lugar? A saber. Quizás porque Danone no está muy implantado en el país, por su acerada tradición de control o porque en temas de productos milagrosos siempre han sido maravillosamente británicos y escépticos, perdonen por la redundancia.

El asunto no se quedó ahí y el mismísimo Parlamento Británico se puso a investigar. También la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria. Ante lo que se podía montar, o ante lo que no podían demostrar, Danone dio marcha atrás en su cuidada y machacona campaña de años, y dejó de anunciar su producto estrella como "saludable". El último párrafo de la noticia es especialmente significativo de la gran estafa y vergüenza de todo esto. Sin embargo, seguro que sus ventas siguen boyantes dado el nivel de tontería existente al respecto, y eso de que una madre da lo mejor a su hijo, o lo que le dicen que es mejor aunque no lo pueda demostrar más que como efecto placebo para quedarse más tranquila.

En su completa página web sigue el rollo medio-sanitario, que supongo que funcionará en mucha gente pero que a mí particularmente me repugna. Que si apoyan al Instituto Pasteur (¡oh! ¡ah!), desmentidos sobre un famoso bulo que circuló por la peligrosa Internet y del que jamás me haré eco,  entradas con sugerentes títulos como "La batalla intestinal" (¡Espartanos! ¡A por ellos!), y consejos como "Preocúpate por la dieta de tus hijos por igual y ten en cuenta sus edades", muy útiles y atinados.

Defiendo la libre decisión de cada uno en el momento de la compra, un acto sencillo pero que entraña tener detrás todo un sistema de libertades en el que rara vez reparamos. Es más: defiendo que si uno quiere gastarse tres euros por un producto rijoso y que, ante la prueba del algodón, ha dado marcha atrás, lo haga. Cada uno se gasta su dinero como quiere y sin dar explicaciones a nadie. Eso sí, en el momento de la compra que reconozcan a Danone el gran mérito de haber conseguido vender el suero del yogurt como un producto de lujo: hacer de un excedente de producción una nueva línea comercial es para quitarse el sombrero.
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Parece un suelto de humor de "El Jueves". Sin embargo, es tan cierto como que Finlandia existe, Marte tambien y por desgracia los politicos locales.
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"Las ayudas al carbón deben ser indefinidas", esto es: sin tener en cuenta la oferta y la demanda, el mercado, el cambio de modelo energético o el sentido común.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Esta sano, esta bronceado

1 de septiembre, tradicional día de vuelta al trabajo en los países del sur de Europa. Las ciudades de interior se vuelven a llenar, las de costa exhalan un suspiro y comienza la rutina. Uno de los paisajes de estos días es ver a la gente que va por la calle luciendo su look carbonizado, fruto de haber aprovechado su semana de vacaciones en el mar -el resto en el pueblo, en la casa familiar que no está el clima para alegrías- para pasar ocho o diez horas bajo el sol.

En una conocida explicación sociológica, se apunta a que en el S. XIX y antes, lo que se exhibía con orgullo era la blanca palidez de estar todo el día holgando en un palacio -el que podía-, en contraste con las labores agrícolas que cambiaban el color de la piel. Sin embargo, ahora el símbolo de que te van las cosas bien -aunque eso signifique que puedes estar una semana en Torrevieja o Sanxenxo- es lucir el bronceado pirómano que tanto se ve en las revistas de cotilleo y, ay, en cualquier calle.

Esa gusto por la tez carbonizada tiene la denominación de tanorexia, y es una patología como otra cualquiera. Un poco de sol es saludable, un mucho es una locura. Y se estila el mucho, para que se vea cuanto has disfrutado de tus vacaciones -¿se goza con ocho horas en la playa?-, a pesar de que después te caiga la piel a tiras, parezca que tienes ocho años más o te confundan de etnia, porque el español con exceso de sol cruza el Estrecho en el otro sentido.

A mí me dan pena todas esas señoras entradas en carnes y con algún hijo a la espalda que confunden su edad con el de alguna moza más joven por el simple hecho de ir carbonizadas: el contraste con los horrorosos estampados o el blanco de "vestir Ibiza" acentúan la aberración, extraordinariamente desagradable por lo que tiene de impostado y no saber su lugar. Sin embargo, es lo que venden los roles establecidos y bien que se amoldan a ellos.

Vivimos en una sociedad que continuamente nos advierte y nos hace sentir mal con los peligros que nos acechan (no fumes, no forniques sin protección, ponte el cinturón, cierra la puerta con cuatro giros de cerradura, hazte un plan de pensiones desde los veinte años) reales o imaginarios, y uno de los primeros es el del riesgo de la excesiva exposición al sol. El cáncer de piel es uno de los que más han crecido en estos últimos años y, aunque rara vez se apunte a que es sobre todo en la población mayor de 65 años, todo el mundo debería estar al tanto.

La piel, que se forma con las mismas células del cerebro, tiene "memoria". Una quemadura de la adolescencia queda grabada en el tiempo particular de esta parte tan sensible del cuerpo, la que nos pone en contacto con el medio que nos rodea. Una continua exposición a esas interminables sesiones de playa, solarium o chorradas para carbonizarse -¿han olido alguna vez carne quemada? no se olvida fácilmente- acaba pasando factura, y también la gente que, aprovechando su semanita de ver el mar, se mete un empacho de sol.

En estos días que nos quedan de ver a los carbonizados a conciencia paseándose orgullosos como si hubiese algo que envidiar -¿qué mérito tiene estar al sol?- yo simplemente veo lo que costará al sistema de sanidad universal y gratuito, y me hace desear un sistema sanitario donde cada uno pague en función de su gasto. Si el sistema de asistencia sanitario no fuese tan indiscriminado y de libre disposición, la gente se cuidaría mucho más de tostarse al sol. O de fumar. O de beber. O de conducir borracho. Seré que soy yo el rarito, pero no le veo sentido a este sistema obligatorio -yo no puedo escoger dejar de pagar mi parte correspondiente a la Seguridad Social- mientras veo por la calle a estos irresponsables. O a lo mejor es que estoy demasiado concienciado sobre los peligros del sol y me iría mejor si fuese más a la playa.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

En defensa de Ryanair

No me apetece hacer una búsqueda exhaustiva, pero a todo lector habitual de El País le sonará la continua campaña de desprestigio sobre Ryanair que realiza el periódico más prestigioso de España. Recuerdo un artículo memorable de hace un par de años donde se asociaban los bajos precios con las bajas condiciones laborales y demás canalladas, continuas referencias a su política de precios, el calendario y todo lo que se les pueda ocurrir.

Ahora Ryanair ha conseguido por fin poner pie en la terminal de El Prat, que le había estado vetada durante mucho tiempo. Eso se traduce en un servicio impagable para todos los residentes y la inmensa masa de turistas que acuden a la ciudad-marca de Barcelona, un destino mundial indudable. Lo que debería ser una noticia de alegria y solaz de cualquier persona de bien se convierte en el enésimo tañido de amargura sobre una empresa que es una bendición.

Antes de la irrupción de las compañías de vuelos baratos propiciada por la política de cielos abiertos implantada por la UE las llamadas compañías de bandera (los piratas también tenían una bandera) cobraban el precio que querían en sus pasajes. Hasta el año 2002 era imposible salir de España por algo que no fuese menos de 200€ i/v a cualquier destino europeo. A cambio, te ofrecían el periódico, una comida de plástico, una bebida y llevar maletas llenas de cosas que no sabes si utilizarías. Por esas cosas que uno no entiende, aunque no quisieses usar ninguno de esos servicios -esto es: si sólo querías volar en avión desde tu origen a tu destino- te cobraban igualmente esas cosas. No aparecía desglosado en el precio, pero repercutía en el precio de venta final: le estabas pagando la ginebra a tu compañero de fila, la maleta llena de apuntes que no leerá al estudiante de la parte de atrás y la mantita que se llevará a casa la señora de gafas.

Ryanair y Easyjet implantaron unas innovaciones que nos vendieron desde el principio que eran una pérdida de nuestros derechos como consumidores, lo cual es una soberana mentira. El mayor derecho del consumidor es poder tener una panoplia de compañías que ofrezcan el mismo servicio, y después que cada uno escoja lo que quiera: la libre competencia. ¿Se acuerda alguien cuando había que ir a una agencia de viajes a que te hiciesen el billete multicopiado en tinta roja? Ahora todas las compañías lo hacen por Internet, otra innovación de estas compañías cuya una política es ofrecer a sus clientes el precio más bajo reduciendo ese tipo de costes imbéciles que había que pagar cuando era ya tecnológicamente posible ofrecer una alternativa más económica.

Y mejor no les hablo de los privilegios que tenían los empleados funcionarios de las antiguas compañías de bandera. Minibuses para llevar y recoger a un único empleado a la puerta de su casa, hoteles de cinco estrellas, billetes gratis para familiares de lejana ascendencia y demás. Seguro que saben ustedes muchos más ejemplos. Y todo subvencionado, porque eran compañías públicas. Todo eso lo pagabamos nosotros en el precio del billete y con nuestros impuestos.

Ahora se incide mucho en que los pequeños aeropuertos que han sido bendecidos por la llegada de Ryanair pagan una subvención indirecta a la compañía, subvención que retorna con creces en forma de flujo de turistas y empleos indirectos. Es más: hay ciudades que han sido puestas en el mapa gracias a Ryanair, porque Easyjet siempre ha volado a los aeropuertos tradicionales. Dando por hecho que la mejor subvención es la que no existe, habrá que conceder que hasta que eso no se produzca, al menos que las subvenciones estén bien dadas, y no me parece que las concedidas en forma de promoción turística a la compañía irlandesa sean de las peores con las que nos tenemos que enfrentar en este país de las 100 películas españolas al año.

Mucha gente en este país sigue manteniendo recelo, basado en la ignorancia, hacia el modelo de negocio de las compañías aéreas de bajo coste. No pasa lo mismo en otros países como Alemania o Reino Unido, a los que en teoría nos queremos parecer y que, paradójicamente, tienen mejores condiciones laborales que aquí, empezando por no tener un 20% de paro. A los habituales tópicos de si tienen esos precios es porque ahorrarán en seguridad -esto daría para un post entero-, lo que es una soberana memez porque cualquier desliz en ese sentido acabaría con su negocio, se añaden fantasías depravadas sobre unos trabajadores esclavizados o aviones que funcionan pedaleando.

Nada de eso. Resulta que las low-cost, por su reciente irrupción en el mercado, tienen la flota de aviones más moderna, como habrá podido comprobar cualquiera al que le hayan metido en una mierda de MD-80 con los que todavía funciona Alitalia o Spanair (ese fue el que se estrelló en Barajas el año pasado), aparatos de 30 años que son una esponja de queroseno y una vuvuzela a reacción. Resulta que los trabajadores no ganan la pasta gansa de los que tuvieron la suerte de emplearse vitaliciamente en las antiguas compañías aéreas, pero ganan honradamente, porque así funciona el mercado: si no lo hiciesen, estarían en un puesto de fruta o conduciendo un camión, profesiones ambas muy honradas pero sin idiomas. No olviden que un azafato de vuelo no deja de ser un camarero a 10.000 metros de altura.

De las leyendas urbanas que más risa me han hecho sobre este tema, y no me resisto a no contarlo, está la que dice que los aviones siempre operan con el mínimo de combustible, y que eso cualquier día les dará un susto. Habrá que verlo, porque ya llevamos diez años y nada de nada, pero no hay que perder la fe. Si operan con el mínimo de combustible es porque este también pesa, y es una carga menos que llevar y por tanto un ahorro de combustible y un mejor precio al pasajero. Además, el combustible no se ofrece en los aeropuertos de manera gratuita como en una gasolinera: se paga, y se paga muy caro. Mejor esperar a acabar la jornada y que el avión repose en su base para ese tipo de operaciones. Lo mismo con el finger -otro servicio aeroportuario cuyas tarifas por hora dan vergüenza- y tantas otras cosas.

Por supuesto que hay cosas que no me gustan de Ryanair. No me gusta su histriónico presidente, aunque le reconozco su mérito; no me gusta la tómbola de sorteos y promociones en los que se convierte el vuelo; no me gustan los pasajeros que debutan, que se quejan de todo y siempre están comparando con las líneas tradicionales, esas que le cobran cinco veces más por el mismo viaje; y no me gustan sus horarios, fruto de haber llegado las últimas y no disponer de los mejores slots de vuelo.

Sin embargo, todo eso se ve compensando por su bajo precio. Se puede volar con poca antelación a una miriada de destinos europeos por precios más bajos que viajar en tren por España entre provincias con tren o bus, ambos también subvencionados. No es una exageración: es así y cualquiera lo puede comprobar. Es algo increíble y maravilloso que ha ampliado nuestros horizontes y en lo que hace diez años apenas podíamos pensar.

Pero ya ven que no a todos les gusta, a pesar de su refrendo popular en forma de uso y disfrute, y de su refrendo empresarial porque el resto de compañías, y no sólo de vuelos, copia su modelo de negocio y gestión. Es gente, y no estoy pensando sólo en El País, que no cree en la libre competencia. O que envidia que otros hayan tenido la idea  y la resolución de llevarla a cabo. Muy típico de estos pagos.

Al que no le guste Ryanair, que no use sus servicios. Tiene bastantes alternativas para pagar más por tener su asiento asignado, poder llevar su equipaje "gratis" (esbozo de sonrisa), comer un tentempié carcelario o llegar directamente a su destino sin tener que coger un bus que lo acerque a la gran población. Que lo haga porque puede, pero que piense que antes de la irrupción de este modelo de negocio aéreo sólo había monopolio y tenías que coger lo que te ofrecían sí o sí. Ryanair, sencillamente, amplía la oferta. Y, si me permiten concluir así, la mejora.
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Hombre, pero es que ahí está la clave: poder arañar más dinerillo de aquí y de allá, aunque las infraestructuras no tengan justificación alguna. También hay algo del legendario grandonismo asturiano, mejor ejemplificado en esta noticia y sobre todo la imagen. Esta es la reacción de los vecinos, bastante previsible.
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Del artículo lo importante no son las mezquindades propias del ámbito que se trata, sino la foto que revela la envidiable edad del Doctor.
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Un paso muy importante para que el Don Simón de brick obtenga una puntuación de 95 en la escala Parker. Al tiempo.
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¿Y por qué no se implanta en toda España? Parece de sentido común.
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"La mitad de ellos trabajan" ¿Y cúantos contribuyen a las cargas del hogar? Supongo que un porcentaje muy bajo, porque el auténtico totem de Galicia no es la vaca, si no el coche. Y desde los 18 años si se puede.