El dominó ha seguido su curso y la estrategia de tensión preconizada por Felipe VI El Incendario en su bochornoso discurso grabado a la Nación es ya bien visible, incluso para los "equidistantes". Las calles están llenas de lo peor de la Hezpañolez, esa que nos decían que se había evaporado con los fastos de 1992, y que simplemente seguía donde siempre: agazapada en los bares, en las tiendas, en los colegios, en las familias. En la sociedad española.
En España nunca ha habido, ni lo habrá, ese patriotismo constitucional del que hablaba Habermas porque, a diferencia de la Alemania natal del filósofo, aquí jamás se han tomado ajustes con el pasado nazi-fascista-clerical que está en la base de la legitimidad del actual Régimen: Constitucional en la forma jurídica, pero realmente impuesto con las armas de 1939 y la posguerra que duró una década más, hasta la última cartilla de racionamiento.
Para ese patriotismo constitucional se necesita un pueblo que, por ejemplo, no requiera que todos los años les expliquen el funcionamiento de las campanadas. La falsa modernidad española se asentaba en un indudable progreso económico, pero jamás lo ha hecho en un cambio político-cultural: de ahí vienen todos los males que están aflorando estos días, impulsados de manera plenamente conscientes por la clase política, que piensa que llenando las calles con lo peor de la sociedad van a ganar legitimidad.
Está en cuestión la Sagrada Unidad de la Patria, un tema que escuece a los educados en ese dogma de fe como algo inquebrantable e incuestionable. El patriotismo español realmente existente no es Constitucional, es la expresión rancia y primaria que consiste en perseguir al que no piensa como uno, y al que se identifica invariableme como la Anti-España, con todo un ramillete de conceptos adheridos como "rojo", "débil" o "diferente".
A lo largo de estos cuarenta años de II Restauración se había conseguido mantener más o menos embotellada a la fiera del nacionalismo español. A base de pan, circo -incluyendo el dopaje de Estado- y libertad sexual, amén de la derrota espectacular del 23-F, ese porcentaje nada desdeñable de la sociedad española ha estado callado o encauzado en el gran catch-all party que es el PP, el partido de la derecha unificada, único ejemplo en Europa occidental, incluso con su nodriza Ciudadanos.
Con la Gran Crisis empezaron a saltar las costuras, especialmente por la vía del pan, y ni siquiera los redoblados esfuerzos para fortalecer los otros dos divertimentos de La Masa han conseguido tener a la fiera domada. Ahora, aprovechando la crisis separatista catalana, tienen vía libre para demostrar su pleno arraigo social, porque ni la Policía les molesta. No son los malos, simplemente son sus nacionalistas.
Es realmente lamentable que en la manifestación unionista de Barcelona ("con 25 grupos políticos adheridos", entre ellos Falange) las imágenes aéreas las tomase la Policía, que no puede tomar bando por ninguna de las partes, pero que lo hace sin que nadie les repruebe. Recuerden esto cuando todo se desboque aún más, y cuando vayan por ahí buscando las causas del desastre.
Es momento de recordar a Ángel Berrueta. El nombre quizás no le diga nada a nadie, pero merece su pequeño lugar en la Historia de España, al menos la que nos construimos cada uno, en nuestro fuero interno, a base de hechos significativos y detalles fuera del foco. Porque hay fotos que valen mucho más de lo que muestran, y también nombres que traen aparejados situaciones que jamás se deberían olvidar.
El 11 de marzo de 2004 un grupo terrorista islámico atacó en el eslabón más débil de la débil cadena de aliados que se había procurado EE.UU en la guerra de agresión a Irak. Fue un ataque perfectamente planificado contra población civil que usaba medios de transporte público, en absoluto un objetivo militar: buscaban una carnicería, y la lograron en gran medida, porque es muy fácil hacer algo así cuando te mueve el odio religioso.
El Gobierno, que había hecho de su participación en esa guerra una seña de identidad, interpretó rápidamente las consecuencias de haber sido golpeados de esa manera, y en vísperas de unas elecciones generales donde defendía una mayoría absoluta: se enrocó en la explicación más favorable a sus intereses, aunque esa significase enfrentar con mentiras y falsos testimonios a españoles contra españoles. Como ahora.
Insistió tercamente en que el atentado había sido obra de la banda terrorista asentada en el país, cuando jamás habían hecho algo ni siquiera parecido, porque lo más fácil es poner bombas en trenes. Lo hizo hasta tal punto que dictaba los editoriales y portadas de los periódicos, que accedían gustosos a las sugerencias gubernamentales, exactamente como ahora, con la jefa de prensa de Rajoy agradeciendo la Unidad Nacional y Unidad Editorial en torno al desgraciado presidente del Gobierno.
La historia posterior es bien conocida: toda la clase política responsable de aquel desastre acabó quemada y expulsada en el arco de cuatro años, tras una legislatura vergonzosa con insinuaciones ultras sobre los que habían ganado las elecciones. Todos, menos el gallego Rajoy, capaz de sobrevivir aplicando su estrategia de siempre: quedarse quieto, que pase el tiempo. Que ya lo arreglará todo.
Lo que no es tan conocido es lo que pasó en Navarra aquellos días. Dentro de la estrategia de tensión azuzada por los pirómanos de entonces había que "significarse", lo que tarde o temprano nos pedirán también con el actual separatismo catalán. Te empiezan pidiendo que te pongas un pin o un lacito, y después que cuelgues trapos de colores de las fachadas, o que guardes cinco minutos de silencio en la puerta de tu trabajo, so pena de ser señalado como "diferente", "colaboracionista" o "proetarra", la frase favorita de la ultraderecha a lo largo de estos años.
Te empiezan diciendo eso, o directamente pasan por tu comercio para que pongas un cartel con el lema del momento, en aquel 14 de marzo de 2004 era "No al terrorismo, ETA no", hoy podría ser "No al separatismo, Cataluña es España". Eso le pasó a Ángel Berroeta: la mujer de un Policía había pasado por su panadería para que colgase el trapo votivo, y se negó. Discutió con la mujer. A los pocos minutos, se presentó el marido y le descerrajó cuatro tiros, mientras era jaleado por el hijo común, que lo había acuchillado previamente Vivían en el piso contiguo.
Se conocían, y seguro que conocían las simpatías de cada uno. Lo que le estaban pidiendo al asesinado era que se significase. Se negó, y lo pagó con su vida. Para mí, otra víctima más del 11-M, pero con la particularidad que se puede considerar perfectamente una víctima de la estrategia de tensión desatada por el partido que azuza el Hezpañolismo llegada la ocasión, y con estos fines.
Se dictó sentencia en un año. Al asesino le cayeron 20 años, al hijo 15 y a la mujer otros 10, como autora ideológica, aunque todos sabemos que la autoría intelectual del asesinato estaba en Madrid. Todos ya están sueltos, porque en este Estado de Derecho con el que algunos se llenan la boca esta gentuza puede campar a sus anchas, en vez de pudrirse de por vida en la cárcel. Porque saben que el Estado de Derecho siempre tendrá un cariñito especial hacia los patriotas comprometidos, cuando debería combatir a todos por igual. A los separatistas, a los terroristas y los ultranacionalistas españoles, que en el fondo son el mismo enemigo.
Ahora, trece años después, estamos en la misma situación. Las hienas que azuzan el Hezpañolismo están enardecidas con las rojigualdas por doquier, y piensan que suman más que los votos depositados en cifras millonarias por los habitantes del territorio desafecto con España. Está al caer un nuevo Ángel Berrueta, y no se sabe si volverá a ser en Pamplona, Valencia o Barcelona. Dirán que fue un accidente o una riña enquistada de hace tiempo. Que no ha sido política. El problema es que la mecha acabará prendiendo, y lo que se presentará como caso aislado puede traer muchos más casos aislados, en la tradición cainita de este país. Ya sabemos quienes llevan las pistolas. Y gran parte del odio.
Blog personal sobre cuestiones sociopolíticas. No es un blog de antipolítica. El autor tiene sus opiniones, que casi nunca coinciden con las de ningún partido ni ningún medio de comunicación.
lunes, 9 de octubre de 2017
jueves, 5 de octubre de 2017
"El referendum no ha existido"
Ninguna frase -ninguna- resume el excepcional momento político que se vive en España, donde se están entremezclando problemas muy antiguos con otros que, igual de antiguos, se creían resueltos o aletargados para siempre, y que resulta que están latentes e interaccionando con el detonante de todo: la enésima crisis en la relación del Estado con Cataluña, su región más importante, y donde está la ciudad más importante de la Península Ibérica.
Por tanto, la frase del titular es simplemente un anzuelo para abordar estos días de vértigo absoluto, donde se tambalea el suelo que pisamos y esas libertades y prosperidad que la inmensa mayoría daba por descontando, como si España hubiese abandonado para siempre su historia trágica y su gusto por lo doliente, trucado en mala hora por esa imagen artificial de alegría y palmas. Estamos en la España de siempre, y el tiempo dirá cuanto de espejismo ha habido en estas últimas décadas.
El Gobierno Central interpretó el desafío del referendum del 1 de octubre desde la esclorisis de una Constitución elevada a rango de Texto Sagrado -no se puede tocar, no se puede alterar, hay que adolararla como es, "nosotros los Constitucionalistas"- y desde la mentalidad de siempre de la derecha española: esto es una finca, y los jornaleros vuelven a recoger el algodón después de una buena somanta de palos.
Solo desde la Ley iban a responder a un problema político como el catalán, donde un bloque de fuerzas dispares y con la mayoría en el Parlamento regional fue a las elecciones con un programa muy claro: se decía todo lo explícitamente que permite la Ley que iban a hacer un referendum de autodeterminación. Consiguieron formar Gobierno, y aplicaron su programa electoral.
A pesar de todas las trabas legales y la persecución jurídico-policial, una admirable red social consiguió perpetrar lo que era una soberana bofetada al Estado central: una consulta popular libre, con todas las garantías legales y plena de Derecho, convocada por un Gobierno legítimo a la totalidad de su población. Un acto de desobediencia masiva, que ojalá se hubiese visto en otras ocasiones y con otros temas. De ese día quedan las páginas más honrosas de toda esta triste historia: una sociedad civil que ideó sistemas de todo tipo para poder organizar la consulta, y que burló el aparato estatal en cifras millonarias.
No se podía haber hecho peor por parte de las autoridades centrales. Enrocadas en la solución legal a un conflicto político, solo han llovido amenazas de empapelamientos, y un despliegue policial comparable a un cuerpo expedicionario con ganas de dar un escarmiento. Se llegaron a organizar sesiones de palmas espontáneas cuando las fuerzas represoras salían de sus acuartelamientos hacia la región desafecta, y aupadas a gritos de "A por ellos" que no fueron reprobados por mando alguno. Cuando iban a combatir a otros españoles.
El clima ideal para el ambiente del 1 de octubre, día de la consulta. Como no pudieron impedir su organización -el Ministerio del Interior no capturó ninguna urna en los días previos, reflejo de su poca implantanción en el terreno- e iban presentando como éxito cerrar webs de colegios electorales o la incautación de las tarjetas censales, lo que pasó ese día se puede resumir en una palabra: sabotaje.
Superados en número y misiones encargadas, y traicionados de manera previsible por los Mossos, los comandos de Policía y Guardia Civil desplegados en Cataluña se dedicaron desde primera hora de apertura de los colegios electorales a esa misión: el sabotaje, por vía de llevarse las urnas de las sedes electorales. No identificaban a nadie -eso tenía que haber sido cosa de los Mossos en las horas previas-, e iban con toda la prisa que les dejaba la multitud agolpada para defender su voto, y su derecho a decidir.
Así fueron las primeras horas, que dejaron las imágenes más dramáticas e icónicas. Cuando naufragó todo definitivamente. Con el desastre ya consumado, se dio la orden de ir más tranquilos y la tarde se dedicó a hacer razzias en peligrosísimos pueblos de hasta 200 habitantes, donde las urnas se habían cerrado a primera hora. Eso sí, al caer la noche hubo una foto colectiva y conmemorativa del cuerpo expedicionario acantonado en el ya famoso barco, una foto para la Historia de España, y que hubiese podido tomar Gutiérrez Solana de haber sido fotógrafo. De haber vivido nuestros tiempos, que son los suyos.
¿Qué había que celebrar? ¿Para qué esa foto ignomiosa, después de reprimir de manera desproporcionada una multitud que, de manera milagrosa, no se alteró y no se revolvió contra comandos que en muchos casos superaban en proporción de 100 a 1? ¿Quien está al mando de esa gente, de sobras sabido que son lo más bajo de la sociedad, pero que ni siquiera parecían tener control de sus responsables jerárquicos? ¿Cómo se puede haber permitido algo así?
Cumplían ordenes, ya. ¿Cuales eran las órdenes? Impedir un referendum "ilegal", un referendum que tanto la Vicepresidente del Gobierno tildó como "inexistente" a las 14:00 -tenía el discurso ya preparado, pasase lo que pasase, independientemente del fracaso del sabotaje encargado- y que el Presidente del Gobierno ratificó con los mismos términos a las 22:00. "Inexistente".
Esa era la consigna, transmitida por las bien engrasadas correas de transmisión del Poder Central a sus órganos de propaganda, porque saben perfectamente lo que es un referendum de autodeterminación. Desde aquella cosa llamada Revolución Francesa, todo el poder político -todo- y su autoridad emana del pueblo, de ahí la redundancia de usar la palabra "referendum vinculante": todo referendum es vinculante, porque emana de la única fuente de poder, y cuando este se pronuncia es con una única finalidad. No la de formar Gobierno, no la de dilatar la toma de decisiones en otras instituciones políticas: se vota para decidir sobre un asunto concreto, y se votó todo lo libremente que dejó la labor de sabotaje y hostigamiento de las Autoridades Centrales, perfectamente conocedoras de las implicaciones de una votación de este tipo.
El resultado no podía sorprender a nadie, y en todo caso es "inexistente" para los que se han enrocado en su Texto Sagrado Intocable, ese mismo que proclama la Unidad de la Nación Española como algo eterno, como si fuese una Ley Física. Los promotores del legítimo referendum, siguiendo el plan establecido, aprovecharon los dramáticos acontecimientos para su habitual victimismo -el nacionalismo catalán y sus llantos de fossares, borns y demás camafeos de derrotas- y para convocar una huelga general que ya estaba dentro del plan inicial, pero ahora adornada con "para protestar por la violencia policial". Cuando el Gobierno te llama a la huelga, desconfía, pero ya está lejos la época de cuestionar.
Incluso entonces se podía haber reconducido mínimamente la situación, en mi opinión. Entonces, después de la jornada de huelga, se produjo el acabóse:
Un Rey pirómano
A las seis de la tarde se anunció que el Rey de España, que tiene como funciones establecidas la de garante de la unidad del Estado, iba a dirigirse a la nación. Su padre, en casi cuarenta años de reinado, solo lo hizo en una ocasión fuera del foclkore de la Nochebuena. Hasta entonces, no se había sabido nada suyo, siguiendo la estrategia de "inexistente".
El discurso no pudo ser más desasosegante. Consiguió en diez minutos avivar los rescoldos atávicos de este país, y de una manera inequívoca, y lo hizo con un discurso que podría haber firmado Milosevic o Ratko Mladic veinte años antes. Pasando por encima la brutalidad de la represión, se dirigió a sus leales:
Sé muy bien que en Cataluña también hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro Estado de Derecho en la defensa de su libertad y de sus derechosA quienes así lo sienten. Los sentimientos, eh, y eso que estos eran los legalistas. Los sentimientos: las banderas. Parece que se esté dirigiendo a una minoría que, embolsada en Vukovar, aguarda que lleguen sus correligionarios a salvarles. Sabido es que el Rey en una Monarquía Parlamentaria es un guiñol en manos del Gobierno, y por tanto este editorial de Estado que es un discurso real, lleva la firma del PP.
Podría haber sido un desliz, pero no. Era todo un mensaje a futuro, a la peor de las situaciones. La de españoles enfrentados contra españoles, como tantas veces a lo largo de nuestra historia -esa que los historiadores nos dicen que es perfectamente equiparable a la de otras naciones europeas, como si todas hubiesen tenido cinco guerras civiles en los últimos 200 años-, un discurso repugnante por sus implicaciones.
Así lo supieron interpretar las otras naciones que hay en España, y también el representante de un partido con cinco millones de votos. Lo que empezó como una crisis regional ha derivado a una crisis democrática -la brutalidad policial, la indignidad de celebrar una represión- y ahora es, sencillamente, una crisis de modelo de Estado: el de una Monarquía que no tiende puentes, y el de un Estado incapaz de dar cauce dentro de su Inviolable Texto Sagrado a las naciones que alberga.
Por supuesto, los cortesanos desplegaron la artillería habitual de "se ha ganado la Corona" y demás, pero la impresión generalizada fue de preocupación. No cabía otra cosa diferente que mano dura cuando te quieren segregar una parte de la hacienda, pero el mensaje implícito de dirigirse a minorías españolas acosadas, que era el discurso del PP con los Policías y Guardias Civiles hostigados....
La línea ha seguido hasta hoy, donde la Ministra de Defensa, siguiendo la línea yugoslava, ha dicho que "el Estado de Derecho tiene la obligación de defender a sus ciudadanos", como si estos estuviesen amenazados o acosados por alguien más que no sean las propias fuerzas expedicionarias que se emplearon en el sabotaje del 1-0. Es como si estuviesen hablando a un escenario futuro donde habrá "minorías españolas" en Cataluña. Como si estas no hubiesen podido votar en el referendum "inexistente", o careciesen de los mismo derechos que el resto de ciudadanos.
Un Presidente del Gobierno inexistente
La inacción política del Gobierno Central es lacerante: han recurrido al Aranzadi para frenar un movimiento político, y así estamos. Con la peor crisis democrática en décadas -al margen de la de tracto continuo de la cleptocracia, de la que se han nutrido todas las autoridades ahora enfrentadas-, y sigue en su rol de gallego que no hace nada, que deja correr el tiempo a ver si este vuelve a jugar a su favor. El que se mueve, pierde la oportunidad de volver al lugar donde estaba, o como quieran metaforizar la desesperante manera de concebir el tiempo y el espacio que tienen los gallegos. Si te mueves, no sales en la foto.
Mientras el Parlamento Europeo y el Parlamento Francés han discutido ya la grave crisis catalana, el pontevedrés ha aplazado hasta la semana que viene comparecer en el Congreso español: es la típica manera de concebir el parlamentarismo de la derecha española, que apela a la "unidad de los partidos" pero desprecia el órgano deliberador por excelencia, donde estamos representados todos. La crisis ha servido para mostrar, de manera todavía más evidente, los resortes autoritarios de la derecha: porrazo y escarmiento, persecución judicial, Rey títere, desprecio absoluto por el Parlamento.
Incluso hoy, sometido a una entrevista-masaje de EFE, lo ha llegado a decir explícitamente: "haré lo que tenga que hacer cuando lo tenga que hacer". Como si no se hubiese perdido ya un tiempo vital. Es una persona incapacitada para tantas cosas que entre estas se incluyen el diálogo, o desenrocarse de su postura de ignorar las cosas, como si fuesen a desaparecer por sí solas. Solo ha movido lo del corredor mediterráneo ferroviario, de súbita importancia repentinamente, como si esto se arreglase con caramelitos.
Seguro que está actuando en la sombra, y hablamos sin saber. Baste recordar que cuando Puigdemont fue elegido presidente de la Generalitat, ni siquiera habló con el. Tuvo que ser una broma radiofónica -donde picó, y de donde se deduce que se moría de ganas por hablar- la que revelase esto: siempre se ha negado a hablar, y ahí sigue. Como buen gallego, seguro de que el tiempo le dará la razón. Siempre se la dan, porque viven pensando en la muerte, que es el final del tiempo. Y el que se quede en el mundo, que resuelva los problemas que dejan sin solucionar. Por eso es una de las regiones más atrasadas de Europa occidental.
A futuro
El mandato recibido por la Generalitat es claro: declaración de independencia de Cataluña, bajo la forma de República. Es la misión de las autoridades catalanas, y todos los escenarios que se están manejando, después de haber perdido tanto tiempo, apuntan a que será así. Por eso los discursos desde Madrid hablando a minorías embolsadas. Por eso esa sombra balcánica que es todavía más angustiosa. En este escenario de independencia -que sería cumplir lo que el pueblo ha expresado- se abren múltiples posibilidades.
Cataluña, en contra de toda la propaganda centralista, es viable como Estado independiente. Recibiría el apoyo en el plazo de meses de las otras pequeñas naciones europeas desgajadas en los últimos años, mientras desde Madrid se reirán de ellas, igual que se reían de las "urnas chinas", y todos los escenarios agoreros económicos serían más bien para el conjunto de España, dado que Cataluña es un territorio del que extrae anualmente 16.000 millones de euros.
El problema es lo que quedaría aquí. Quedaría la Hezpañolez que, en efecto rebote del nacionalismo separatista catalán, ha retoñado por el resto del país. Quedaría un Rey que no ha podido impedir la secesión de un territorio y que, como "garante de la Unidad Nacional" no tendría sentido alguno. Ni el, ni su institución. Y quedaría un Gobierno de derechas permanente, galvanizado por tener un enemigo exterior, al menos algo más tangible que la francmasonería.
En cuanto a la izquierda, ni se la ve, ni se la espera. Recuerden que el PP gobierna en minoría, pero nadie se ha planteado derribar a este Gobierno que ha empleado la porra y la represión para un conflicto político. Como para plantearse una reforma Constitucional. Qué digo, si la Constitución no se puede cambiar, es Sagrada y Pluscuamperfecta.
Soluciones
Si se pudiese reconducir la situación, que lo dudo porque son muchos los sentimientos tocados, España debería caminar hacia un modelo federal real, y no el café para todos de la España de las Autonomías, donde La Rioja tiene un parlamento regional. Una Constitución de nuevo cuño, donde se reconozca la especifidad de Cataluña y su derecho a un trato fiscal preferente, como mayor contribuyente del Reino que es.
Que cada autonomía se pague sus vicios con lo que ella misma produce, con un fondo común que no pueda ser una caja opaca de la que hasta hace poco nos ocultaban su contenido -las famosas balanzas fiscales- y donde las instituciones federales-supraautonómicas estén repartidas por toda la geografía, y no solo en Madrid, la capital de un estado centralista.
Pero ya es demasiado tarde. Cataluña se ha ido. Siempre ha mostrado gran desafección por todo lo que afecta al resto del Estado: proclamó la independencia el mismo 14 de abril de 1931, y ahí se tuvo que desplazar parte del Gobierno provisional republicano a calmar los ánimos. Tras aprobar el Estatut, que consumió gran parte de los esfuerzos de la joven República, Azaña dijo el 25 de abril de 1932 en Barcelona: "¡Ya no hay reyes que te declaren la guerra, Cataluña!"
El Rey pasó a llamarse República, y le declaró la guerra en 1934. El Rey pasó a llamarse Caudillo, y retiró las instituciones de autogobierno. El Rey recibió los poderes del Caudillo, y devolvió el autogobierno incluso antes de que hubiese Constitución en España. Nada ha servido, porque en esta historia de sentimientos las cosas estaban rotas desde hace tiempo. Ahora su hijo ha quemado todos los puentes con Cataluña, aporreada y humillada ("el referendum no ha existido"), y que se dispone a irse sola. No encontrarán ninguna otra libertad de las que ya disfrutaban en España, pero nadie puede negar que no tengan razón en intentarlo. No con esta España, que no es la única posible.