Grindtorp (Täby, Gran Estocolmo), un sitio como los descritos |
El libro presenta, con una prosa fluida y sin apenas resultar monótono o aburrido, varios casus de lo que el autor denomina con el neologismo ciudad de llegada, que no es otra que el primer asentamiento en la gran ciudad para los emigrados desde el campo. A pesar de incidir en el repelente abuso anglosajón de presentarnos a familias enteras con su nombre o filiación, el libro contiene un montón de ejemplos y circunstancias fácilmente extrapolables a cualquier ámbito.
No es casualidad que el autor sea canadiense: el gran país -por extensión- norteamericano ha demandado siempre más y más población foránea para ocupar y ocuparse de los vastos recursos de su territorio, empezando por el principal: el terreno. Sin embargo, no es un libro que trate de la experiencia canadiense, apenas reflejada en un casus, y de los menos transcentes. Es un libro con una pretensión global, en gran parte conseguida.
La tesis principal es que el mundo está viviendo la última gran migración del campo a la ciudad, y que esto traerá múltiples consecuencias. Ya se está viendo en China, donde se calcula que hasta 400 millones de personas desempeñan oficios manuales en las grandes aglomeraciones propiciadas por la dictadura comunista, pero que realmente no están establecidos en ellas, y si muy vinculados todavía a su pueblo, donde envían y dependen de sus remesas urbanas. Y lo mismo con la India.
Si estos lugares les parecen exóticos y alejados de su realidad cotidiana, también sale Europa. Uno de los pasajes más notables -de hecho, está muy bien escrito y presentado- nos lleva al confín polaco con Bielorusia, donde las explotaciones agrícolas están siendo abandonas y concentradas para que sean rentables, propiciando un éxodo a la ciudad, en este caso extranjeras: gran parte del supuesto milagro económico polaco, al igual que el español de los 60, consiste en haber enviado a todos estos agricultores a otros países, desde donde envían importantes remesas a las regiones más desfavorecidas del país.
El libro carece de gran aparato de notas -está escrito por un periodista, y no es pretencioso a pesar de un desasosegante comienzo- y de grandes teorías; de hecho, solo afronta el contexto histórico de las migraciones campo-ciudad a partir de la página 150, y tampoco muy bien (la Revolución Francesa la hicieron campesinos, ejem), pero esto no significa que sea vacuo: es muy apreciable la forma en la que va dejando teorías y explicaciones muy plausibles en cada caso presentado, nunca demasiado a la vez, nunca nada intranscendente.
Una parte importante del libro, y el tratamiento diferenciado más extenso, está dedicado a Estambul y los gecendoku -arrabales de inmigrantes en una de las grandes ciudades de llegada del mundo-, hasta el punto que al lector le queda la duda de que no haya sido un proyecto de libro paralelo que no germinó. Es el capítulo más ambicioso, y fracasa en gran parte por la pretensión de mostrar el fenómeno como el germen de todos los cambios en Turquía, el país que muchos países en desarrollo toman como referente.
El libro ofrece una visión del fenómeno en general muy positivo -con grandes elogios a la experiencia española, brevemente representada con el ejemplo de Parla (Madrid)-, con agudas lecciones sobre lo mal que les ha ido a los países que han intentado acabar o regular con las ciudades de llegada que, según lo expuesto por Saunders, si son flexibles y permiten a sus residentes adquirir la condición de ciudadanos y propietarios -todavía ambas cosas van muy asociadas-, contribuyen a la prosperidad del país y de sus individuos.
Es difícil rebatir esta tesis: allí donde el Estado se ha dedicado a combatir el fenómeno inexorable de la emigración del campo a la ciudad -en 2006 el 50% de la humanidad vivía en ciudades, para 2050 será el 80%-, el Estado ha fracasado o se ha quedado atrasado. Como es sabido, emigran los mejores, entendido esto no como algo meritocrático, sino como los más valientes o dispuestos a arriesgar, y toda esa energía, o se deja fluir libremente, o se vuelve levantisca. Ahí están muy bien puestos los ejemplos del gran suburbio teheraní de Emanzadeh´Isa, la horrible ciudad de la miseria chavista de Petare en Caracas o Mulund, en Bombay, donde se confinó a los musulmanes indios del estado colindante.
El libro no abunda en experiencias de como influye el urbanismo en el éxito o el fracaso de estas ciudades de llegada: si que tiene protagonismo en los ejemplos descritos de Les Pyramides en Evry (Gran París, el municipio donde fue alcalde el ahora famoso Manuel Valls), la típica utopía urbanista de los años 60, ideada de espaldas al ciudadano y edificada en honor del motor de explosión. Convertida rápidamente en una cárcel para sus habitantes porque todo es peatonal y no se pueden abrir comercios; esos comercios con el que los inmigrantes prosperan a base de vender bienes o servicios a sus iguales, y que tan bien podemos comprobar en la realidad española.
Otro ejemplo traído por Saunders, y muy acertadamente, es el de Slotervaart, arrabal del Gran Amsterdam construido en los mismos tiempos y las mismas premisas utópicas que Les Pyramides. Fue ahí donde vivían los que después asesinaron a Theo Van Gogh, y donde las autoridades de la próspera y sin problemas financieros Holanda arrasaron todo el barrio para dar equipamientos y dejar que fuese un ghetto para inmigrantes, con medidas útiles como construir bloques asequibles para clase media holandesa, y que las escuelas dejasen de ser la extensión académica del ambiente rural que los padres emigrantes se habían traído de Borneo, Larache o Surinam.
Lo mejor del libro es que, presentando geografías exóticas o lejanas, no es difícil reconocer trazas comunes a cualquier país o ciudad que haya actuado de polo de atracción de inmigrantes; es un relato de éxito muy seductor y esperanzador, donde señala claramente el problema común -los turcos de Alemania no se han integrado porque jamás les han ofrecido ciudadanía, ni siquiera a los ya nacidos en el país- y también una conclusión muy evidente: la ciudad de llegada, si es dejada fluir libremente, es una ciudad de paso, puesto que se prospera hacia otras metas o lugares, dejando sitio en ella -mientras mejoran sus condiciones, puesto que nada te hace cuidar más las cosas que ser propietario de las mismas- para los nuevos recién llegados.
El tema escogido es fascinante, y es una pena que no se citen casos como los de Jeddah, la ciudad del mundo que más ha crecido, y lo ha hecho trayendo a gente de fuera de la petromonarquía medieval saudita, atraida por las altas subvenciones a la vida; o el paso testimonial por África, con el análisis de un arrabal de Kenia y unas referencias oportunistas y muy poco acertadas sobre Egipto y la conocida como primavera árabe. ¡Con lo bien que hubiese quedado para los fines del libro referencias a Lobito, en Angola, o el cruel ejemplo de Lagos, la megalópolis peor planificada del mundo!.
Como es un gran libro, ha tardado cuatro años en llegar al lector español; como es un tema que no nos importa en un país que durante varios años atraía más inmigrantes que ningún otro de la UE, ha tardado cuatro años en traducirse y publicarse -por cierto, sin ningún error y muy bien volcado al castellano-; como es un gran libro, no lo leerá nadie. Pero eso ya es otra historia.
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Algún día un historiador hará una buen resumen de este época y reparará en cosas como esta: subvenciones de dinero público (¡hasta 8500 euros!) para montar -y quemar, claro- hogueras de San Juan.¿Donde? En #gallegogrado, pero podría ser en cualquier otro sitio de España.
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Berlanga y Azcona se quedaron cortos.
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El Museo Íbero de Jaen, otro más de esos equipamientos culturales fracasados, porque jamás contaron con un estudio de viabilidad, y sólo como vehículo para cobrar comisiones por la construcción y colocar a familiares como bedeles, para que esten cotilleando en las salas. Ojo al título de la tesis que está preparando el arquitecto. Es todo como de risa.
Totalmente de acuerdo, yo estoy viendo ahora mismo el hospital más grande de Europa (inacabado) y cuando recojo a mis hijas un auditorio (inacabado), todo hormigón.
ResponderEliminarPara muestra un botón, donde había plantas de hormigón ahora hay pistas de padel.
Y siempre me pregunto lo mismo, cuando se empezaron a construir, ¿qué estudios hicieron?¿cómo pensaban pagarlo?¿para qué se construían?
No son preguntas técnicas, son de sentido común.
ResponderEliminarSiempre son interesantes éste tipo de entradas en el Blog Sergio. ¡ A ver si con la llegada de la época estival, y por lo tanto coincidiendo con las últimamente desidiosas semanas pre/post Tour nos deleitas con alguna entrada similar !
Un saludo desde Donostia.
Gracias por la reseña, me apasionan estos temas. Le recomiendo El triunfo de la ciudad, de Edward Glaeser.
ResponderEliminarY como siempre, en España no nos enteramos de nada, o si, vaya usted a saber, y sólo hay que darse una vuelta por los infames PAUs de Madrid para corroborarlo.
ResponderEliminarLibro apuntado, a ver si saco tiempo para leerlo pronto.
Hola Sergio,
ResponderEliminargracias por la entrada, el libro tiene buena pinta y tiene buen precio.
Una pregunta, ¿incluye el autor algún caso de Londres?
Como es una ciudad tan grande y que ha sufrido grandes inmigraciones al menos desde hace dos siglos, más que ciudades de llegada hay distritos (boroughs) de llegada.
Un saludo,
Javier
Gracias por vuestros comentarios. Anónimo: esas preguntas nos las hacemos todos los contribuyentes.
ResponderEliminarDonostiarra: con la venía, ire haciendo más entradas de libros que me inspiren.
Arco: gracias.
Fjgandara: los PAU son las nuevas UVA, pero a 300.000 euros el pisito.
Javier: sí, como apunte histórico al calor de la Revolución Industrial, y como experiencia de relativo éxito en los barrios de pakistanis y bangladesís. De hecho, el libro empieza por ahí.
Creo que, a día de hoy y en España, se está experimentando una doble emigración: de las provincias a las grandes capitales (Madrid, Barcelona, Bilbao...) y, de estas, a las grandes cosmópolis (Nueva York, Londres, Pekin...). Vamos, que este sistema fagocitador de recursos que es el capitalismo del libre albedrío, nos lleva a una situación de progresiva "desertización" de los países, concentrando toda la población en grandes urbes: un nuevo Mad Max agotado y grandes urbes a lo ciudades castillo. Ejemplo: en Asturias antes se emigraba de los rural a las ciudades (Avilés, Oviedo, Gijón...). Ahora eso es una quimera, Madrid o Barna es el destino menos "malo". Gracias por el aporte del libro.
ResponderEliminarHola, Sergio:
ResponderEliminarNo tiene que ver con el tema pero no he podido resistirme a tus comentarios en twitter sobre los pesetas.
Uno de los gremios más mafiosos de España, para con los demás y entre ellos mismos.
Quiero arrojar más luz sobre el tema y sus continuas ventajas y su ventajismo frente al libre mercado.
1. Muchos taxistas de mi ciudad viven en el mejor barrio, aunque sigan vistiendo, viviendo y pensando como andrajosos.
2. Práctica habitual es tener el taxi 24 horas funcionando, con otro conductor, con el que van a la esclavista proporción del 50%.
3. Varios taxistas que conozco tienen varias licencias. Tienen algún derecho por cónyuge e hijos (cosa que no tiene el resto de ciudadanos) y una familia puede llegar a tener 4 ó 5 taxis. Muchos de ellos ni conducen, tienen permanentemente a conductor al 50%. Si el hijo les sale tan vago que ni quiere ser taxista pues venden a precio de mercado lo que obtuvieron gratis, antes de la crisis una licencia de taxi de Madrid llegaba a 300000 euros.
4. La declaración por módulos les permite una continua estafa a Hacienda.
5. Fijaos por ejemplo en las instalaciones de parking y descanso que tienen en la T-4, pagado con dinero de todos (o 3 carriles en Atocha mientras hay 1 por el resto de ciudadanos)
6. Entre sus habituales técnicas mafiosas últimamente se han dado casos de intimidación en la acera habitual de usuarios de Blablacar.
7. Con la nueva tarifa fija en Madrid desde Barajas se niegan a subir a la gente que vive en Barajas, San Fernando o Alameda de Osuna.
8. Están todo el puto día quejándose pero les compensa esperar 4 horas en Barajas y hacer 2 carreras a Madrid. No se me ocurre otro trabajo en que te puedas permitir 4 horas de inactividad y que siga siendo rentable.
Todo ésto lo sé porque me lo han contado ellos en mis numerosas carreras al aeropuerto. La empresa me paga el taxi al aeropuerto pero ya hace mucho tiempo que elegí ir en mi coche y aparcar por reserva el aparcamiento de larga estancia. Me pagan el kilometraje y el parking, mi empresa se ahorra dinero y dejo de mantener a sacacuartos.
Y voy a hacer más labor social: se puede aparcar en una zona gratis de Alameda de Osuna y cruzar andando por una pasarela, son 10 minutos como mucho. Yo lo hago cuando no me puede llevar nadie. Vale para la T1-T2 y T3, a la T-4 da más pereza pero el bus es gratis.
Es una zona grande que suelen usar los trabajadores del aeropuerto. yo prefiero subir algo más lejos para aparcar entre los coches del barrio.
Saludos, Germán.