Estos días los medios se han hecho eco de una noticia tonta y noña. Hasta aquí, ninguna novedad. Pero cuando el protagonista de la noticia es Afganistán y unas supuestas reservas inexplotadas de fabulosos minerales, hay que poner más atención y ver dónde está el embaucamiento.
Un informe de una agencia estatal de EE.UU afirma que el país centroasiático posee unas reservas mineras estimadas en casi un billón de dólares (un milón de millones, no mil millones como suele pasar con noticias que vienen de este país) y que bueno, el desarrollo de este país sin salida al mar, extremadamente montañoso, con un clima cruel y conocido en los mercados internacionales únicamente por su producción de amapolas de opio pasa por explotar estos recursos.
Informes de este tipo se hacen en las diferentes agencias estadounidenses casi a diario, lo que pasa es que en esta ocasión el New York Times ha sacado un artículo y de ahí todos han copiado, como es consuetudinario. Al parecer, en este rincón perdido de Dios -pero no de sus fervientes creyentes- hay cobre, hierro, cobalto y litio, el elemento mágico que no puede faltar en cualquier fábula reinterpretada de la Isla del Tesoro, que es de lo que hoy estamos hablando.
Este litio es el componente fundamental donde bascula toda la actual industria de gadgets basados en la portabilidad, porque permite fabricar pilas de energía relativamente duraderas, en todo caso un burdo apaño para hacer olvidar que uno de los mayores problemas de la Humanidad es la incapacidad técnica de poder almacenar energía eléctrica. De esta manera, el litio asume el rol que antes tuvo el coltán, los diamantes, el petróleo, las especias, el bacalao o la seda: un producto-arrastre que desata guerras, codicias, ambiciones y guerras, como si Afganistán no hubiese tenido ya bastantes.
Evidentemente, el descubrimiento de esta supuesta riqueza minera -basada en estimaciones muy por lo grueso- ha completado la ecuación que todo buen progresista tenía en su cabeza. La intervención internacional en Afganistán, que va a cumplir una década, no estaba movida por el fin de acabar con un régimen medieval que prohíbía las cometas, la educación a las mujeres, volaba inofensivas esculturas gigantes y servía de plataforma operativa al peor terrorismo internacional, qué va, sino porque los americanos -siempre ellos- sabían que allí había este tesoro e iban a por él. Un poco como lo de Irak con el petróleo, pero con aún menos fundamento.
La jaimitada no tiene ningún fundamento. Ya en los principios de esta guerra sin fin se dijo que Afganistán era clave para pasar un faraónico oleoducto que sacaría el petróleo del Caspio hacia China o hacia algún puerto en Pakistán, tanto por decir alguna burrada. Como si un oleoducto se tendiese de la misma manera que un cable teléfonico, o como si el flujo de petróleo estimado justificase la fortísima inversión a través de uno de los terrenos más abruptos de la tierra, con muchas zonas por encima de los cuatro mil o los cinco mil metros de altura.
Aquí llegamos a la clave de la cuestión. Supongamos que el informe realizado por el Servicio Geológico de EE.UU no sea una de sus habituales exageraciones y que la cantidad, calidad y relativa escasez en el planeta (esto es: que no sea más rentable sacarlos de otro lugar) de minerales en Afganistán permitiese una explotación comercial y no subvencionada. ¿Por dónde se exportaría? ¿Por alguna autopista inexistente? ¿Por alguna vía de tren inexistente? ¿Por barco en un país sin mar?
El problema de los recursos naturales es saber explotarlos. Ahí tenemos el reciente ejemplo de Bolivia, que prefirió quedarse sin explotar su gas natural a recibir una cantidad por hectómetro cúbico que consideraban muy baja. Sin salida al mar, lejos de las grandes aglomeraciones urbanas de Brasil y Argentina que podrían ser sus mercados naturales, la única forma de colocar ese hidrocarburo era pensar en global y para eso nada mejor que las multinacionales, con muy mala fama por el país y por el subcontinente en general. Los bolivianos han conservado su gas, pero si no pueden sacar ningún partido díganme a mí de qué sirve en un país que es el más pobre de su zona, y eso es mucho.
Hombre, en el caso afgano los chinos -de ser cierta esa fabulosa cifra detrás del eco mediático de estos días- pondrían algún ejército de esclavos a hacer una autopista por el paso del Khyber o por donde fuese, pero también llevaría muchos años y mucho dinero. Por tanto, de toda esta historia, el único mineral en claro que se ha sacado -un combustible más bien- es armamento para las mentes bienpensantes, que ya tienen la excusa oculta para la intervención militar en la zona. Sólo así se explican titulares como este, fruto de la ignorancia más profunda. O este. O este otro, donde se abunda en la leyenda de los tesoros ocultos y todo esa cosa tan sentimental.
En conclusión, el potencial minero de Afganistán sigue estando donde estaba: bajo tierra, sin visos de ser explotado y difícil de cuantificar. Afganistán, en todo caso, sabe mucho de potencial y de minas: en lo primero es capaz de lograr a nivel internacional mucha más resonancia de la que puede asimilar, como se vío cuando la invasión rusa y la actual guerra; en lo segundo, en las minas anticarro y antipersona que todavía están en muchas partes del país en guerra. Esa sí que es la auténtica realidad de Afganistán y no sueños de tesoros ocultos o prosperidad futura. Y lo demás, todo cuentos.
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Hacia el pleno empleo. Orense, la última playa de los herederos de Gamazo y el sistema de la Restauración.Un informe de una agencia estatal de EE.UU afirma que el país centroasiático posee unas reservas mineras estimadas en casi un billón de dólares (un milón de millones, no mil millones como suele pasar con noticias que vienen de este país) y que bueno, el desarrollo de este país sin salida al mar, extremadamente montañoso, con un clima cruel y conocido en los mercados internacionales únicamente por su producción de amapolas de opio pasa por explotar estos recursos.
Informes de este tipo se hacen en las diferentes agencias estadounidenses casi a diario, lo que pasa es que en esta ocasión el New York Times ha sacado un artículo y de ahí todos han copiado, como es consuetudinario. Al parecer, en este rincón perdido de Dios -pero no de sus fervientes creyentes- hay cobre, hierro, cobalto y litio, el elemento mágico que no puede faltar en cualquier fábula reinterpretada de la Isla del Tesoro, que es de lo que hoy estamos hablando.
Este litio es el componente fundamental donde bascula toda la actual industria de gadgets basados en la portabilidad, porque permite fabricar pilas de energía relativamente duraderas, en todo caso un burdo apaño para hacer olvidar que uno de los mayores problemas de la Humanidad es la incapacidad técnica de poder almacenar energía eléctrica. De esta manera, el litio asume el rol que antes tuvo el coltán, los diamantes, el petróleo, las especias, el bacalao o la seda: un producto-arrastre que desata guerras, codicias, ambiciones y guerras, como si Afganistán no hubiese tenido ya bastantes.
Evidentemente, el descubrimiento de esta supuesta riqueza minera -basada en estimaciones muy por lo grueso- ha completado la ecuación que todo buen progresista tenía en su cabeza. La intervención internacional en Afganistán, que va a cumplir una década, no estaba movida por el fin de acabar con un régimen medieval que prohíbía las cometas, la educación a las mujeres, volaba inofensivas esculturas gigantes y servía de plataforma operativa al peor terrorismo internacional, qué va, sino porque los americanos -siempre ellos- sabían que allí había este tesoro e iban a por él. Un poco como lo de Irak con el petróleo, pero con aún menos fundamento.
La jaimitada no tiene ningún fundamento. Ya en los principios de esta guerra sin fin se dijo que Afganistán era clave para pasar un faraónico oleoducto que sacaría el petróleo del Caspio hacia China o hacia algún puerto en Pakistán, tanto por decir alguna burrada. Como si un oleoducto se tendiese de la misma manera que un cable teléfonico, o como si el flujo de petróleo estimado justificase la fortísima inversión a través de uno de los terrenos más abruptos de la tierra, con muchas zonas por encima de los cuatro mil o los cinco mil metros de altura.
Aquí llegamos a la clave de la cuestión. Supongamos que el informe realizado por el Servicio Geológico de EE.UU no sea una de sus habituales exageraciones y que la cantidad, calidad y relativa escasez en el planeta (esto es: que no sea más rentable sacarlos de otro lugar) de minerales en Afganistán permitiese una explotación comercial y no subvencionada. ¿Por dónde se exportaría? ¿Por alguna autopista inexistente? ¿Por alguna vía de tren inexistente? ¿Por barco en un país sin mar?
El problema de los recursos naturales es saber explotarlos. Ahí tenemos el reciente ejemplo de Bolivia, que prefirió quedarse sin explotar su gas natural a recibir una cantidad por hectómetro cúbico que consideraban muy baja. Sin salida al mar, lejos de las grandes aglomeraciones urbanas de Brasil y Argentina que podrían ser sus mercados naturales, la única forma de colocar ese hidrocarburo era pensar en global y para eso nada mejor que las multinacionales, con muy mala fama por el país y por el subcontinente en general. Los bolivianos han conservado su gas, pero si no pueden sacar ningún partido díganme a mí de qué sirve en un país que es el más pobre de su zona, y eso es mucho.
Hombre, en el caso afgano los chinos -de ser cierta esa fabulosa cifra detrás del eco mediático de estos días- pondrían algún ejército de esclavos a hacer una autopista por el paso del Khyber o por donde fuese, pero también llevaría muchos años y mucho dinero. Por tanto, de toda esta historia, el único mineral en claro que se ha sacado -un combustible más bien- es armamento para las mentes bienpensantes, que ya tienen la excusa oculta para la intervención militar en la zona. Sólo así se explican titulares como este, fruto de la ignorancia más profunda. O este. O este otro, donde se abunda en la leyenda de los tesoros ocultos y todo esa cosa tan sentimental.
En conclusión, el potencial minero de Afganistán sigue estando donde estaba: bajo tierra, sin visos de ser explotado y difícil de cuantificar. Afganistán, en todo caso, sabe mucho de potencial y de minas: en lo primero es capaz de lograr a nivel internacional mucha más resonancia de la que puede asimilar, como se vío cuando la invasión rusa y la actual guerra; en lo segundo, en las minas anticarro y antipersona que todavía están en muchas partes del país en guerra. Esa sí que es la auténtica realidad de Afganistán y no sueños de tesoros ocultos o prosperidad futura. Y lo demás, todo cuentos.
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Otra medida para crear empleo y actividad, imposible de calificar; bueno, sí, populista por eso de los mayores y los ascensores tras una vida de trabajo.
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El lógico fin de la iniciativa. Tarjeta ONA. O no.
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Si las tasas universitarias reflejasen el coste auténtico de cada plaza de alumno, seguro que se espabilarían más. Será que León tiene muchas distracciones e impide concentrarse...
Cuando escuche la noticia pensé: Seguro que Sergio la comenta en Política Menor.
ResponderEliminarPues no me equivoqué.
Pues ya tiene mérito que alguien se acuerde de esta cosa muerta. A ver si con el verano y los calores me siento un poco más animados, por temas que no sea...
ResponderEliminarYo creía que hablarías del ya ex presidente alemán, de Kirguistán (ese avispero que curiosamente es el único país de la región con sendas bases militares rusa y estadounidense, por la que pasan cada año 50.000 soldados rumbo a Afganistán), de la situación del euro y su desgobierno económico, de Zapatero y sus (por ahora) ministros, de Mediapro y PRISA, de la Caja Madrid de Rato, de las fusiones frías interautonómicas entre cajas, de las elecciones catalanas, del futuro (o no) del AVE (el corredor del cantábrico, las conexiones con Francia, los tramos que igual no se hacen), de la crisis de las renovables (sobre todo de la solar) porque el gobierno ha cerrado el grifo de las ayudas, de BP y los pensionistas británicos, de la irrupción de un gobierno de coalición en UK, del balance del Plan E de las aceras y su impacto en el déficit público, de la situación política en Navarra (separación UPN-PP, tensiones en NaBai), del Tribunal Constitucional y el Estatut, de Garzón y sus causas...
ResponderEliminarEn cualquier caso, me alegro de que vuelva PM.
Dani
Si, gracias por actualizar esto.
ResponderEliminarLo tenias bastante abandonado.
Espero ansioso un nuevo post.
Gracias
Hynreck
Gracias por vuestros comentarios. Dani: gracias por las sugerencias, son muy estimulantes para buscar nuevos motivos para escribir. Hynreck: gracias por los ánimos.
ResponderEliminarRelacionado con el tema de este post, unos días después ha salido este artículo en Der Spiegel
http://www.spiegel.de/international/world/0,1518,701854,00.html
Algo tendrá ese pedregal cuando británicos en el XIX y soviéticos en el XX intentaron someteterlo sin ningún éxito...
ResponderEliminarSaludos a todos
...y gracias por el retorno Sergio
Despues de tantos años fracasando en su mision de desterrar a las fuerzas del mal e instaurar la democracia en Afganistan, los soldados y altos mandos desplazados necesitan una nueva motivacion mas acorde con los tiempos para seguir aguantando alli, algo asi como: vamos chicos, que este pais es un tesoro material y estrategico y no puede caer del lado de los malos
ResponderEliminarUn gran post,
Yoyanoseque
Gracias por vuestros comentarios. Anónimo: para los rusos en el XIX, era una vía de expansión como las que habían llevado a cabo hasta Alaska -siguiendo el rastro de las pieles- o el Caucaso, esta vez en busca de un mar cálido. En la invasión de 1979 era una vía para controlar un país que, después de la revolución de Jomeini, podía caer también. Es paradójico, pero los rusos fueron los primeros en combatir el radicalismo islámico.
ResponderEliminarY no por eso deja de ser un pedregal, ojo.
de nuevo la noticia
ResponderEliminarhttp://blogs.elpais.com/el-diplomatico/2011/10/afganistan-alguien-quiere-tres-billones.html