¿Qué pasa cuando se crea una sociedad dependiente y acostumbrada a pedir cuentas al Estado por todo, incluso por las res-ponsabilidades más personales? Hace poco, con ocasión de la crisis de la aviación aérea por culpa de las cenizas volcánicas islandesas, conocimos que una ciudadana española paralizada en China había llegado a ponerse en contacto con su Embajada para ver si le podían poner un vuelo a Europa, que su situación era desesperada.
El Estado-mamá que tiene que acudir al rescate de todos, incluso el que está en China de ocio o negocio o de lo otro que quiera estar. El Estado-mamá al que se intenta endosar la responsabilidad civil subsidiaria (que ponga la pela, vamos) en las situaciones más grotescas y desesperadas, porque a eso nos ha acostumbrado.
En la noche de San Juan de 2010 un tren Euromed arrolló a un numeroso grupo de personas que atravesaron la vía a la altura de la estación de Castelldefels (Barcelona). Las primeras noticias en los medios, pásmense, fueron orientadas a buscar deficiencias en el paso subterráneo o cosas así, e incluso no han faltado comentarios de que si el túnel existente y recién inaugurado debería ser más amplio -ya es lo es tres veces superior a la normativa existente- o si el dispositivo de seguridad por esta noche tan especial debería haber empezado antes de las 23:30. El accidente ocurrió a las 23:23.
Para el que no conozca la zona, la primera línea ferroviaria que se construyó en la Península Ibérica -la Corona española había dispuesto la primera línea ferroviaria del país en Cuba unos cuantos años antes, para el transporte de caña de azúcar- fue la Barcelona-Mataró, que iba y va paralela a la costa porque así no había que hacer desmontes y porque era lo más fácil. 150 años después la línea costera catalana permanece básicamente invariable, ejerciendo un cinturón de hierro que hace que todas las poblaciones del Maresme y del sur de la gran aglomeración urbana, como es el caso de Castelldefels, estén separadas del mar por una barrera infranqueable.
Mientras en el caso de la Liguria italiana, con una línea trazada en sus orígenes de la misma manera y con más razón -ahí sí que cae la montaña a pico sobre la costa- se hizo un fenomenal esfuerzo inversor para alejar la línea ferroviaria al interior y dejar la antigua plataforma como vía verde, en nuestro querido país se han dejado pasar años y años de prosperidad económica -insisto: la línea tiene 150 años- para dejar ese horror urbanístico tal y como estaba. Resulta una frase muy manida en estos casos, pero es la justa: la línea es la que es y hay que adaptarse a ella.
O no. Resulta que una serie de personas, la mayoría muy jóvenes, decidieron que era mejor cruzar por las vías a ir por el paso subterráneo, una decisión trágica y evitable, porque en las estaciones está escrito en castellano y catalán lo de "prohibído cruzar las vías". Y pasa lo mismo en Alemania, en Francia, en Reino Unido y en todos los países de bien: prohibído cruzar las vías. ¿Y qué han hecho nuestros medios? Pues llorar con medio ojo la pérdida de vidas, porque ya saben que aquí hay vidas que pesan menos que otras.
Cuando el atentado de la ETA contra la T-4 de Barajas murieron dos personas que estaban durmiendo en el aparcamiento dentro de sus coches. No oyeron los avisos de evacuación. La banda terrorista, que no pretendía causar muertos y por eso avisó, también se llevó una sorpresa, sorpresa relativa porque cuando colocas un pepinazo de esa potencia -el mayor atentado de ETA en costes materiales, y con mucha diferencia- lo más normal es que te cargues a alguien, y no vale lo de "involutariamente". Menos hipocresía, por favor. Bueno, pues los medios trataron la muerte de Diego Armando Estacio y su otro compatriota como muertos de serie "b", nada de duelos y quebrantos. Incluso la nausebunda banda terrorista pretendió seguir negociando y hacer como si no hubiesen muerto.
Y de eso hay también mucho en la tragedia de Castelldefels. Los doce muertos se distribuyen así: sudaméricanos y una rumana. Imagínense que se hubiesen distribuido así: once catalanes y un turolense. Todavía estaríamos, a cuatro días de la tragedia, viendo imágenes de los familiares desolados, del coche aparcado sin que nadie lo mueva y de los compañeros del Insti depositando flores en el pupitre. Ya lo he dicho antes, pero habrá que repetirlo: así funcionan los medios, y no los he inventado yo.
Pero el desatino de los que informan no acaba ahí. Reparen en la combinación: adolescentes que cruzan las vías del tren en la noche de San Juan, tras asistir a un concierto de un cantante latino. ¿Imprudencia o temeridad? ¿Qué papel juega la ingesta de alcohol cuando se toma una decisión tan trágica? Pues de eso no han dicho nada, de la más que probable ebriedad de esos jóvenes que han perdido la vida, pero bien que colaron en los primeros momentos la canallada de que el paso subterráneo estaba colapsado (mentira: no hay ni un testimonio que diga eso, y si lo está esperas tu turno y joderse, porque la vía es la que es y está donde está y en ningún momento se justifica cruzarla) o que había poca iluminación.
Y así estamos: parece que unos dulces jóvenes que venían de pasar una fiesta inocente y nada alcoholizada como San Juan volvían a sus casas cuando una línea de tren recién trazada se tropezó en su camino. Sólo nos ha faltado leer que el Euromed, que circulaba a 139 km/h, tenía exceso de velocidad, y que si hubiese frenado a tiempo se hubiese evitado la tragedia. O si hubiese tocado la sirena, como hay que hacer en el paso de cualquier estación. Habrá que estar atentos en los próximos días a ver si hay alguna reclamación sobre este asunto, pero la cosa parece muy clara para todos: una neglicencia clarísima. Por una vez no se pedirá responsabilidades a Mamá-Estado.
Blog personal sobre cuestiones sociopolíticas. No es un blog de antipolítica. El autor tiene sus opiniones, que casi nunca coinciden con las de ningún partido ni ningún medio de comunicación.
domingo, 27 de junio de 2010
miércoles, 23 de junio de 2010
El Síndrome de Diógenes, delito en Venezuela
La increíble fábrica del humor que es la Venezuela chavista no deja de proponer chistes y situaciones cómicas que merecerían un blog exclusivo. Aquí sólo nos llega lo más grotesco y visible de la Revolución Bolivariana que acabará dejando el país al nivel de Cuba y otros grandes ejemplos internacionales de economías intervenidas y estatalistas.
Sólo nos llega lo más grotesco y visible porque aunque la prensa nacional tiene querencia por informarnos de lo que pasa al otro lado del Atlántico como si nos interesase -y de Portugal, nuestro vecino, nunca dice nada-, y para rellenar las páginas de humor prefiere a Berlusconi, cuyo simple estornudo es noticia, que para eso es de derechas y pérfido y malísimo, mientras que Chávez sólo es un histrión al que reirle las gracias.
En Venezuela existe el llamado "delito de acaparamiento" desde 1994, unos cuantos años de la llegada democrática de Chávez al poder. Esta tipificado como una retención o restricción de la oferta, circulación o distribución de bienes o servicios de primera necesidad, con la finalidad de provocar escasez y aumento de los precios . La lista de esos bienes de primera necesidad es muy heterogénea, y va desde el vinagre hasta el lavado y engrase de vehículos, lo que en cualquier país se considera un servicio y no un producto. ¿Puede haber un acaparamiento de un servicio en un mercado libre? Sí, y se llama concesión administrativa, pero salvo que los talleres mecánicos en Venezuela estén regidos por funcionarios, la cosa no se entiende.
Chavez siempre ha llevado a cabo unos pintorescos planes para acabar con el hambre y la pobreza en Venezuela, como repartir comida gratis o ostigar a los productores ganaderos, porque según su particular visión suben el precio de la leche adrede. Además, ha conseguido centralizar la venta y distribución de muchos productos a través del Estado, como en esas exitosas economías de socialismo real que tanto beneficio dieron a la población que las padeció durante el siglo XX. El resultado más inmediato, como siempre que se paraliza la mano invisible del mercado, ha sido estanterías vacías y desabastecimiento de productos.
Evidentemente, la culpa de este fenómeno tan típico de la intervención estatal en la economía ha sido una especie de confabulación empresarial para acaparar productos y hacer que suban de precio, cuando de toda la vida los productores lo que hacen es pactar el precio para no hacerse la competencia, no desabastecer el mercado. En consecuencia, el delito de acaparamiento ha sido esgrimido para sancionar o amenazar con la expropiación a muchos empresarios que, simplemente, no tenían con que llenar las estanterías debido a que no pueden importar esos productos porque en Venezuela se aplica la penosa política de sustitución de importaciones. Los supuestos productores locales no aprovechan la oportunidad porque simplemente hay productos que no se pueden sustituir por la producción propia, y menos en un pais tan poco productivo y empeñado en engañar a la economía con el enorme chute de divisas que le procura su industria del petróleo.
¿Que Chavez prohibe importar mantequilla a pesar de que se vende casi regalada en los mercados internacionales y producirla en Venezuela cuesta diez veces más cara? Bueno, si cierra el mercado a las importaciones siempre habrá un empresario que se arriesgue a producir la mantequilla sabiendo que tiene el mercado asegurado. Sin embargo, esto es una distorsión del mercado y no siempre se llega a tiempo. De hecho, ahí están las colas y los desabastecimientos.
En consecuencia, el delito de acaparar ha girado hacia el ciudadano, que ya vive en sus carnes lo mismo que el homus sovieticus: si durante cinco días vas al mercado estatal buscando mantequilla y no la encuentras, cuando llega la partida de la granja "oficial", te llevas para casa varias unidades más de las que necesitas ante el riesgo de que te quedes sin ella. Y así empieza el trueque, porque este ciudadano intercambiará sus "excedentes" de mantequilla por una rueda de camión a otro que tenga siete y ningún camión, pero que sencillamente las ha acaparado simplemente porque es su única vía de acceder a productos de primera necesidad.
En una economía dirigida e interventista como la venezolana, que va del paternalismo más rancio al dirigismo más soviético, todo ciudadano es susceptible de ser acaparador. Y como la ley la interpreta quien la interpreta, es probable que el síndrome de Diógenes llene las cárceles venezolanas no de opositores -todavía hay diferencias entre el régimen chavista y los peores ejemplos posibles, pero todo se andará-, sino de simples ciudadanos cuyo delito es haber dicho "a mí deme dos" ante la perspectiva de no volver a ver una botella de vino en dos meses.
La historia del chavismo y su revolución bolivariana está telegrafiada desde que a finales de los noventa llegó al poder. Al principio estos intelectuales ranciones que padecemos en Europa y Oliver Stone vieron algo en ella, una especie de barbudos cubanos de su generación. Que Carlos Andrés Pérez era un ladrón y además socialdemocráta, doble delito. Que Venezuela podía ser el Kuwait de Sudámerica y era un país con graves carencias. Que Chavez iba a solucionar todo eso. Pues sí: está consiguiendo que los problemas de Venezuela empiecen a ser los mismos de Cuba, y que es algo tan sencillo como que un ciudadano, cuando sale a la calle, su primer pensamiento sea el de ir a hacer la compra a ver que se puede llevar al plato hoy.
***
El pinchazo de otra burbuja, en este caso académica. Y lo que tiene que venir.
Sólo nos llega lo más grotesco y visible porque aunque la prensa nacional tiene querencia por informarnos de lo que pasa al otro lado del Atlántico como si nos interesase -y de Portugal, nuestro vecino, nunca dice nada-, y para rellenar las páginas de humor prefiere a Berlusconi, cuyo simple estornudo es noticia, que para eso es de derechas y pérfido y malísimo, mientras que Chávez sólo es un histrión al que reirle las gracias.
En Venezuela existe el llamado "delito de acaparamiento" desde 1994, unos cuantos años de la llegada democrática de Chávez al poder. Esta tipificado como una retención o restricción de la oferta, circulación o distribución de bienes o servicios de primera necesidad, con la finalidad de provocar escasez y aumento de los precios . La lista de esos bienes de primera necesidad es muy heterogénea, y va desde el vinagre hasta el lavado y engrase de vehículos, lo que en cualquier país se considera un servicio y no un producto. ¿Puede haber un acaparamiento de un servicio en un mercado libre? Sí, y se llama concesión administrativa, pero salvo que los talleres mecánicos en Venezuela estén regidos por funcionarios, la cosa no se entiende.
Chavez siempre ha llevado a cabo unos pintorescos planes para acabar con el hambre y la pobreza en Venezuela, como repartir comida gratis o ostigar a los productores ganaderos, porque según su particular visión suben el precio de la leche adrede. Además, ha conseguido centralizar la venta y distribución de muchos productos a través del Estado, como en esas exitosas economías de socialismo real que tanto beneficio dieron a la población que las padeció durante el siglo XX. El resultado más inmediato, como siempre que se paraliza la mano invisible del mercado, ha sido estanterías vacías y desabastecimiento de productos.
Evidentemente, la culpa de este fenómeno tan típico de la intervención estatal en la economía ha sido una especie de confabulación empresarial para acaparar productos y hacer que suban de precio, cuando de toda la vida los productores lo que hacen es pactar el precio para no hacerse la competencia, no desabastecer el mercado. En consecuencia, el delito de acaparamiento ha sido esgrimido para sancionar o amenazar con la expropiación a muchos empresarios que, simplemente, no tenían con que llenar las estanterías debido a que no pueden importar esos productos porque en Venezuela se aplica la penosa política de sustitución de importaciones. Los supuestos productores locales no aprovechan la oportunidad porque simplemente hay productos que no se pueden sustituir por la producción propia, y menos en un pais tan poco productivo y empeñado en engañar a la economía con el enorme chute de divisas que le procura su industria del petróleo.
¿Que Chavez prohibe importar mantequilla a pesar de que se vende casi regalada en los mercados internacionales y producirla en Venezuela cuesta diez veces más cara? Bueno, si cierra el mercado a las importaciones siempre habrá un empresario que se arriesgue a producir la mantequilla sabiendo que tiene el mercado asegurado. Sin embargo, esto es una distorsión del mercado y no siempre se llega a tiempo. De hecho, ahí están las colas y los desabastecimientos.
En consecuencia, el delito de acaparar ha girado hacia el ciudadano, que ya vive en sus carnes lo mismo que el homus sovieticus: si durante cinco días vas al mercado estatal buscando mantequilla y no la encuentras, cuando llega la partida de la granja "oficial", te llevas para casa varias unidades más de las que necesitas ante el riesgo de que te quedes sin ella. Y así empieza el trueque, porque este ciudadano intercambiará sus "excedentes" de mantequilla por una rueda de camión a otro que tenga siete y ningún camión, pero que sencillamente las ha acaparado simplemente porque es su única vía de acceder a productos de primera necesidad.
En una economía dirigida e interventista como la venezolana, que va del paternalismo más rancio al dirigismo más soviético, todo ciudadano es susceptible de ser acaparador. Y como la ley la interpreta quien la interpreta, es probable que el síndrome de Diógenes llene las cárceles venezolanas no de opositores -todavía hay diferencias entre el régimen chavista y los peores ejemplos posibles, pero todo se andará-, sino de simples ciudadanos cuyo delito es haber dicho "a mí deme dos" ante la perspectiva de no volver a ver una botella de vino en dos meses.
La historia del chavismo y su revolución bolivariana está telegrafiada desde que a finales de los noventa llegó al poder. Al principio estos intelectuales ranciones que padecemos en Europa y Oliver Stone vieron algo en ella, una especie de barbudos cubanos de su generación. Que Carlos Andrés Pérez era un ladrón y además socialdemocráta, doble delito. Que Venezuela podía ser el Kuwait de Sudámerica y era un país con graves carencias. Que Chavez iba a solucionar todo eso. Pues sí: está consiguiendo que los problemas de Venezuela empiecen a ser los mismos de Cuba, y que es algo tan sencillo como que un ciudadano, cuando sale a la calle, su primer pensamiento sea el de ir a hacer la compra a ver que se puede llevar al plato hoy.
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El pinchazo de otra burbuja, en este caso académica. Y lo que tiene que venir.
miércoles, 16 de junio de 2010
Las minas de Afganistán
Estos días los medios se han hecho eco de una noticia tonta y noña. Hasta aquí, ninguna novedad. Pero cuando el protagonista de la noticia es Afganistán y unas supuestas reservas inexplotadas de fabulosos minerales, hay que poner más atención y ver dónde está el embaucamiento.
Un informe de una agencia estatal de EE.UU afirma que el país centroasiático posee unas reservas mineras estimadas en casi un billón de dólares (un milón de millones, no mil millones como suele pasar con noticias que vienen de este país) y que bueno, el desarrollo de este país sin salida al mar, extremadamente montañoso, con un clima cruel y conocido en los mercados internacionales únicamente por su producción de amapolas de opio pasa por explotar estos recursos.
Informes de este tipo se hacen en las diferentes agencias estadounidenses casi a diario, lo que pasa es que en esta ocasión el New York Times ha sacado un artículo y de ahí todos han copiado, como es consuetudinario. Al parecer, en este rincón perdido de Dios -pero no de sus fervientes creyentes- hay cobre, hierro, cobalto y litio, el elemento mágico que no puede faltar en cualquier fábula reinterpretada de la Isla del Tesoro, que es de lo que hoy estamos hablando.
Este litio es el componente fundamental donde bascula toda la actual industria de gadgets basados en la portabilidad, porque permite fabricar pilas de energía relativamente duraderas, en todo caso un burdo apaño para hacer olvidar que uno de los mayores problemas de la Humanidad es la incapacidad técnica de poder almacenar energía eléctrica. De esta manera, el litio asume el rol que antes tuvo el coltán, los diamantes, el petróleo, las especias, el bacalao o la seda: un producto-arrastre que desata guerras, codicias, ambiciones y guerras, como si Afganistán no hubiese tenido ya bastantes.
Evidentemente, el descubrimiento de esta supuesta riqueza minera -basada en estimaciones muy por lo grueso- ha completado la ecuación que todo buen progresista tenía en su cabeza. La intervención internacional en Afganistán, que va a cumplir una década, no estaba movida por el fin de acabar con un régimen medieval que prohíbía las cometas, la educación a las mujeres, volaba inofensivas esculturas gigantes y servía de plataforma operativa al peor terrorismo internacional, qué va, sino porque los americanos -siempre ellos- sabían que allí había este tesoro e iban a por él. Un poco como lo de Irak con el petróleo, pero con aún menos fundamento.
La jaimitada no tiene ningún fundamento. Ya en los principios de esta guerra sin fin se dijo que Afganistán era clave para pasar un faraónico oleoducto que sacaría el petróleo del Caspio hacia China o hacia algún puerto en Pakistán, tanto por decir alguna burrada. Como si un oleoducto se tendiese de la misma manera que un cable teléfonico, o como si el flujo de petróleo estimado justificase la fortísima inversión a través de uno de los terrenos más abruptos de la tierra, con muchas zonas por encima de los cuatro mil o los cinco mil metros de altura.
Aquí llegamos a la clave de la cuestión. Supongamos que el informe realizado por el Servicio Geológico de EE.UU no sea una de sus habituales exageraciones y que la cantidad, calidad y relativa escasez en el planeta (esto es: que no sea más rentable sacarlos de otro lugar) de minerales en Afganistán permitiese una explotación comercial y no subvencionada. ¿Por dónde se exportaría? ¿Por alguna autopista inexistente? ¿Por alguna vía de tren inexistente? ¿Por barco en un país sin mar?
El problema de los recursos naturales es saber explotarlos. Ahí tenemos el reciente ejemplo de Bolivia, que prefirió quedarse sin explotar su gas natural a recibir una cantidad por hectómetro cúbico que consideraban muy baja. Sin salida al mar, lejos de las grandes aglomeraciones urbanas de Brasil y Argentina que podrían ser sus mercados naturales, la única forma de colocar ese hidrocarburo era pensar en global y para eso nada mejor que las multinacionales, con muy mala fama por el país y por el subcontinente en general. Los bolivianos han conservado su gas, pero si no pueden sacar ningún partido díganme a mí de qué sirve en un país que es el más pobre de su zona, y eso es mucho.
Hombre, en el caso afgano los chinos -de ser cierta esa fabulosa cifra detrás del eco mediático de estos días- pondrían algún ejército de esclavos a hacer una autopista por el paso del Khyber o por donde fuese, pero también llevaría muchos años y mucho dinero. Por tanto, de toda esta historia, el único mineral en claro que se ha sacado -un combustible más bien- es armamento para las mentes bienpensantes, que ya tienen la excusa oculta para la intervención militar en la zona. Sólo así se explican titulares como este, fruto de la ignorancia más profunda. O este. O este otro, donde se abunda en la leyenda de los tesoros ocultos y todo esa cosa tan sentimental.
En conclusión, el potencial minero de Afganistán sigue estando donde estaba: bajo tierra, sin visos de ser explotado y difícil de cuantificar. Afganistán, en todo caso, sabe mucho de potencial y de minas: en lo primero es capaz de lograr a nivel internacional mucha más resonancia de la que puede asimilar, como se vío cuando la invasión rusa y la actual guerra; en lo segundo, en las minas anticarro y antipersona que todavía están en muchas partes del país en guerra. Esa sí que es la auténtica realidad de Afganistán y no sueños de tesoros ocultos o prosperidad futura. Y lo demás, todo cuentos.
***
Hacia el pleno empleo. Orense, la última playa de los herederos de Gamazo y el sistema de la Restauración.Un informe de una agencia estatal de EE.UU afirma que el país centroasiático posee unas reservas mineras estimadas en casi un billón de dólares (un milón de millones, no mil millones como suele pasar con noticias que vienen de este país) y que bueno, el desarrollo de este país sin salida al mar, extremadamente montañoso, con un clima cruel y conocido en los mercados internacionales únicamente por su producción de amapolas de opio pasa por explotar estos recursos.
Informes de este tipo se hacen en las diferentes agencias estadounidenses casi a diario, lo que pasa es que en esta ocasión el New York Times ha sacado un artículo y de ahí todos han copiado, como es consuetudinario. Al parecer, en este rincón perdido de Dios -pero no de sus fervientes creyentes- hay cobre, hierro, cobalto y litio, el elemento mágico que no puede faltar en cualquier fábula reinterpretada de la Isla del Tesoro, que es de lo que hoy estamos hablando.
Este litio es el componente fundamental donde bascula toda la actual industria de gadgets basados en la portabilidad, porque permite fabricar pilas de energía relativamente duraderas, en todo caso un burdo apaño para hacer olvidar que uno de los mayores problemas de la Humanidad es la incapacidad técnica de poder almacenar energía eléctrica. De esta manera, el litio asume el rol que antes tuvo el coltán, los diamantes, el petróleo, las especias, el bacalao o la seda: un producto-arrastre que desata guerras, codicias, ambiciones y guerras, como si Afganistán no hubiese tenido ya bastantes.
Evidentemente, el descubrimiento de esta supuesta riqueza minera -basada en estimaciones muy por lo grueso- ha completado la ecuación que todo buen progresista tenía en su cabeza. La intervención internacional en Afganistán, que va a cumplir una década, no estaba movida por el fin de acabar con un régimen medieval que prohíbía las cometas, la educación a las mujeres, volaba inofensivas esculturas gigantes y servía de plataforma operativa al peor terrorismo internacional, qué va, sino porque los americanos -siempre ellos- sabían que allí había este tesoro e iban a por él. Un poco como lo de Irak con el petróleo, pero con aún menos fundamento.
La jaimitada no tiene ningún fundamento. Ya en los principios de esta guerra sin fin se dijo que Afganistán era clave para pasar un faraónico oleoducto que sacaría el petróleo del Caspio hacia China o hacia algún puerto en Pakistán, tanto por decir alguna burrada. Como si un oleoducto se tendiese de la misma manera que un cable teléfonico, o como si el flujo de petróleo estimado justificase la fortísima inversión a través de uno de los terrenos más abruptos de la tierra, con muchas zonas por encima de los cuatro mil o los cinco mil metros de altura.
Aquí llegamos a la clave de la cuestión. Supongamos que el informe realizado por el Servicio Geológico de EE.UU no sea una de sus habituales exageraciones y que la cantidad, calidad y relativa escasez en el planeta (esto es: que no sea más rentable sacarlos de otro lugar) de minerales en Afganistán permitiese una explotación comercial y no subvencionada. ¿Por dónde se exportaría? ¿Por alguna autopista inexistente? ¿Por alguna vía de tren inexistente? ¿Por barco en un país sin mar?
El problema de los recursos naturales es saber explotarlos. Ahí tenemos el reciente ejemplo de Bolivia, que prefirió quedarse sin explotar su gas natural a recibir una cantidad por hectómetro cúbico que consideraban muy baja. Sin salida al mar, lejos de las grandes aglomeraciones urbanas de Brasil y Argentina que podrían ser sus mercados naturales, la única forma de colocar ese hidrocarburo era pensar en global y para eso nada mejor que las multinacionales, con muy mala fama por el país y por el subcontinente en general. Los bolivianos han conservado su gas, pero si no pueden sacar ningún partido díganme a mí de qué sirve en un país que es el más pobre de su zona, y eso es mucho.
Hombre, en el caso afgano los chinos -de ser cierta esa fabulosa cifra detrás del eco mediático de estos días- pondrían algún ejército de esclavos a hacer una autopista por el paso del Khyber o por donde fuese, pero también llevaría muchos años y mucho dinero. Por tanto, de toda esta historia, el único mineral en claro que se ha sacado -un combustible más bien- es armamento para las mentes bienpensantes, que ya tienen la excusa oculta para la intervención militar en la zona. Sólo así se explican titulares como este, fruto de la ignorancia más profunda. O este. O este otro, donde se abunda en la leyenda de los tesoros ocultos y todo esa cosa tan sentimental.
En conclusión, el potencial minero de Afganistán sigue estando donde estaba: bajo tierra, sin visos de ser explotado y difícil de cuantificar. Afganistán, en todo caso, sabe mucho de potencial y de minas: en lo primero es capaz de lograr a nivel internacional mucha más resonancia de la que puede asimilar, como se vío cuando la invasión rusa y la actual guerra; en lo segundo, en las minas anticarro y antipersona que todavía están en muchas partes del país en guerra. Esa sí que es la auténtica realidad de Afganistán y no sueños de tesoros ocultos o prosperidad futura. Y lo demás, todo cuentos.
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Otra medida para crear empleo y actividad, imposible de calificar; bueno, sí, populista por eso de los mayores y los ascensores tras una vida de trabajo.
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El lógico fin de la iniciativa. Tarjeta ONA. O no.
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Si las tasas universitarias reflejasen el coste auténtico de cada plaza de alumno, seguro que se espabilarían más. Será que León tiene muchas distracciones e impide concentrarse...