Mientras Rusia ataca e invade parcialmente Ucrania, estaría bien recordar los acontecimientos más recientes que han llevado a esta situación, otra más en lo que Timothy Snyder calificó como "Tierras de Sangre". Especialmente como EE.UU ejecutó una de sus operaciones más exitosas en la supuesta revolución ucraniana de 2014, ya tratada parcialmente en este mismo espacio, y cómo ha seguido adelante en su plan para expandir la OTAN al Este.
La Guerra Fría acabó con el colapso del Imperio Soviético, derrotado económicamente e ideológicamente, pero que salió indemne en lo militar: nunca en la historia de la Humanidad un derrotado acabó conservando todo su arsenal. Obsoleto y caduco en gran medida, pero arsenal con todo su poder destructivo, especialmente en lo que está en el vértice de la pirámide del poder militar. Desde entonces, la política de EE.UU respecto a Rusia ha sido la de seguir hostigando al antiguo enemigo, que ya no supone una amenaza directa ni una alternativa a nivel global, pero conserva sus misiles nucleares. Es una estrategia que no entiende de qué partido esté en la Casa Blanca, y que empezó prácticamente en 1990.
Gorbachov, una figura odiada en Rusia -y con razón-, accedió a la unificación de Alemania y que el antiguo territorio de la Alemania del Este pasase a formar parte de la OTAN, con el compromiso de que la Alianza Atlántica no incorporase a países del Pacto de Varsovia. No pasaron ni diez años y la República Checa, Hungría y Polonia ya formaban parte de la alianza militar auspiciada por EE.UU. Después vino la denuncia de los tratados antimisiles por parte de George Bush II, y el establecimiento de un escudo antimisiles de nueva generación, mientras la OTAN seguía incorporando nuevos países.
Así ha sido la historia de estos últimos 30 años, mientras el antiguo poder soviético intentaba conservar rescoldos de sus áreas de influencia a medida que veía que los países de su entorno caían como naipes: pasó en Georgia en 2008, había pasado en Trandniester y pasó en Siria, donde únicamente la intervención de Rusia evitó que en el estado de Oriente Próximo se implantase un califato islámico promovido y armado por EE.UU. Sin embargo, el inesperado golpe de Ucrania fue una sorpresa.
Si a los grandes teóricos de la Guerra Fría, algunos de ellos todavía vivos y lúcidos, les hubiesen dicho en 1990 que Ucrania pasaría en 20 años a ser un país del área de influencia de EE.UU se hubiesen pellizcado para despertarse. Y, sin embargo, pasó: de una manera mucho más incruenta de lo que se podría esperar de una pieza tan valiosa, y dejando todo en un status quo basado en unas sanciones poco efectivas a Rusia, mientras se daba por hecha la pérdida de Crimea. No fue suficiente para EE.UU.
Como ya advirtieron algunos en aquel 2014, era muy difícil que Ucrania se desligase completamente de Rusia, porque un país envuelve al otro o, si se quiere ver de otra manera, un país penetra en el otro. Son muchísimos años de historia común, hasta tal punto que es difícil defender que Ucrania existiese más que como noción geográfica hasta que los soviéticos revolucionarios la inventaron. Hace un siglo, más o menos. Y aquí llegamos a la gran cuestión, ¿qué ha llevado a Rusia a invadir parcialmente Ucrania, en una guerra de agresión a un estado soberano como nunca vista en Europa desde la II G.M?
El plan demente de EE.UU de incorporar Ucrania a la OTAN, esto es: de seguir el expansionismo iniciado en 1990 y nunca detenido. Aquí no se trata de países con una historia y una cultura diferenciada antes de 1945, es la segunda república más importante del antiguo estado soviético, que en 30 años de independencia -y ocho sin la tutela de Moscú- se ha desarrollado muchísimo menos de lo que cabría esperar en un territorio que, de partida, tenía mejores condiciones que otras zonas de influencia soviética.
Uno de los mayores rubros para la economía ucraniana son los derechos de tránsito de los oleoductos y gasoductos que atraviesan el país, herencia del Imperio Soviético. En los últimos años Rusia, en conjunción con Alemania y otros clientes europeos, ha trazado nuevos tendidos pasando por el mar, para evitar el pagos de esos derechos, que llegan a ser una parte importante del precio final, y que de esta manera se convierten en ganancia neta para el país exportador (y pérdida neta para el de tránsito). Así ha sido con el NordStream I, y así iba a ser con el NordStream II, tendido bajo el Báltico y que llega directamente a Alemania sin pasar por ningún otro país.
A pesar de lo que dice la propaganda y el tópico sobre Rusia y su hombre fuerte actual -una constante en la historia de Rusia, quizás la democracia no sea aplicable en un país con once husos horarios y dimensiones de continente-, la gestión del país ha sido bastante exitosa. Gran parte de las ganancias debido a la bonanza de las materias primas se han destinado a mejoras evidentes en el nivel de vida de la poblacion rusa, palpables en sus medios de transporte públicos, y otras medidas de fuerte impronta estatalista. Por supuesto, no han cesado los gastos suntuarios en forma de macroeventos deportivos y armamento, pero tampoco hace falta irse a Rusia para ver el mismo fenómeno.
Ya en los años 80 el Departamento de Estado de EE.UU amenazó gravemente a Alemania en contra del tendido del gasoducto de Urengoy. Los indicios del colapso soviético eran evidentes, pero nadie podría precisar cúando: los analistas yankis dijeron que el flujo de dinero para la URSS por ese gasoducto daría nueva vida al régimen, porque ya lo habían visto con el primer gasoducto ruso-europeo de 1973. Ahora Rusia y Alemania estaban a punto de inagurar el NordStream II, y de ahí la urgencia de EE.UU en meter en el mismo pack del problema ucraniano el asunto de la energía.
Cartel de propaganda soviética contra el intento yanki de boicot al Urengoy |
Hace 40 años la presión les salió medio bien, y todavía padecemos las consecuencias. La RFA se negó a que el gasoducto pasase por la RDA, y hubo que hacer un rodeo tendiendo el tubo por Ucrania y República Checa, evitando Polonia y Bielorrusia, la vía más corta y lógica. El Nord Stream II está diseñado para exportar 110.000 millones de metros cúbicos de gas al año, y se ideó cuando el gas costaba 300 dólares/1000 m3. Hagan sus cuentas, pero tampoco las den por definitivas: ahora mismo el gas está a 800 dólares/1000 m3, y algún destacado actor de todo esto apunta a los 2000 dólares/1000 m3
Todo, todo, dinero que iba a parar al Tesoro ruso, sin derechos de tránsito (en torno a los 220 dólares/10000 metros cúbicos) y con consumo asegurado desde el motor industrial de Europa, y su país más poblado. EE.UU lleva presionando desde hace años en contra de la puesta en servicio de esta infraestructura, lo que ha molestado mucho en Alemania, incluso más que la constatación de que los espiaban por vía de los daneses. A día de hoy, es seguro que el Nord Stream II nunca entre en funcionamiento, enviando a la basura los 10.000 millones de euros que ha costado, financiados en un 90% por Alemania.
Entonces, ¿hacia donde nos encaminamos? A corto plazo, a una invasión y control del territorio ucraniano más próximo y afín a Rusia, un territorio indefendible por Ucrania y por ningún otro país, y la instauración de un Gobierno títere en Kiev. A medio plazo, a un escenario donde la comunidad internacional asumirá la nueva situación -igual que asumió lo de Crimea- y donde proseguirán las relaciones económicas y de todo tipo. Con suerte, declarando Ucrania un territorio no militarizable, al igual que Austria o Finlandia. A largo plazo, y en un contexto de calentamiento global -que no cambio climático- que beneficia enormemente a Rusia con la apertura de vastísimas áreas del territorio a la agricultura y la explotación de todo tipo, a una nueva Guerra Fría mucho más parecida a la existente hasta 1989 que la vivida en estos últimos 30 años, donde la inferioridad rusa era muy evidente.
Con todo, el problema de las guerras es que se sabe cuando empiezan, pero no cuando acaban y las derivaciones que puedan tener. EE.UU viene de la espantosa imagen de la desbandada en Afganistán después de 20 años en un pozo sin fondo, y no es totalmente descartable que el octogenario gagá al mando intente una política militar más directa, después de años de revoluciones de colores (la naranja, la violeta, la blanca) en el espacio ex-soviético, con un coste próximo a cero. Y no tengan miedo de apagones o inviernos sin calefacción, porque los gasoductos existentes seguirán funcionando a pleno rendimiento, engrasando nuestro bienestar y las arcas rusas. EE.UU no dará el paso de imponer un veto a las importaciones de petróleo y gas ruso, básicamente porque son insustituibles a medio plazo: simplemente va a impedir que vayan a más.
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Una noticia digna del franquismo, ese régimen del que el actual es heredero en todas las cosas de uniformidad y uniformados.
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De esa clase de noticias que nos regala habitualmente Extremadura, tierra especialmente fecunda para estas cosas.
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Menuda declaración de impacto ambiental más exhaustiva. Vale que es de un AVE y siempre son más especificas, pero asusta -para bien- el grado de detalle.
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Otro buen artículo sobre gentrificación y urbanismo típicamente madrileño.
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(Relacionado con lo anterior) Galicia es preciosa y lo seguirá siendo.
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No se puede ser más #MafiAsturias: todos pagaremos la indemnización a un Policía agredido en servicio por un insolvente. Además de su sueldo público, claro.
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Un placer leer a Vaclav Smil, auténtico sabio. Una pena que la entrevistadora sea la incapaz de Zabalescoa, especializada en arquitectura y diseño, y que confunde en la entrevista el PIB con la renta per cápita, y que es capaz de hacer esta memez de pregunta:
Usted llegó a Canadá desde Checoslovaquia hace 50 años. ¿Por qué?
¿Quién quiere vivir en una jaula comunista?
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Terrible artículo sobre la incipiente sordera que padecen algunos músicos de estilos melódicos agresivos. Como en España todo es pandereta, quieren que se tipifique su dolencia como "enfermedad laboral", esto es: paguita al canto. En el artículo se citan ejemplos de buenas prácticas de países más desarrollados, basados esencialmente en la prevención temprana del problema con tapones y moderación en el volumen. En ningún momento del artículo se indica si en esos países se da paguita, por razones evidentes.
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Policías españoles detenidos por delitos muy graves -si no, no estarían en la cárcel- escriben una carta en apoyo de su compañero de trullo Hugo "El Pollo" Carvajal. Con amigos así, ¿quien quiere enemigos? Fíjense si no en este detalle de la misiva:
“Hugo, aunque este escrito brote de la parte más baja de la sociedad, de los presos, te damos nuestra fuerza y apoyo para mantener la esperanza en la Justicia de nuestro país”
Hombre, la parte más baja de la sociedad no son los presos, pero sí lo son, con total seguridad, los uniformados presos: aquellos que teniendo el monopolio de la violencia legal, y muchas prebendas asociadas a su uniforme, están en la cárcel por su ambición y codicia.
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Interesantísima entrevista a Alejandro Zaera-Polo, el arquitecto que no construye en España porque se negó a pasar por el aro de la corrupción madrileña tras haber construido el Instituto de Medicina Legal (el donut) de la malograda Ciudad de la Justicia, ahora reconvertido en morgue.
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Escaso artículo sobre cómo la industria del azúcar ocultó durante años los efectos nocivos sobre la salud vascular y dental de su producto.