Una de las fotos más conocidas del franquismo y sus cuarenta años de cutrez y miseria es la que presenta a un tornasolado Fraga dándose un baño en Palomares (Almería). El tema de por qué conseguimos ver como entrañable una foto como esta daría para mucho, pero no es el caso de hoy. Ni siquiera lo es el contumaz político gallego.
Era 1966 y ocupaba la cartera de Ministro de Información y Turismo, lo que en cualquier dictadura se llama (fuera de sus fronteras, eso sí) Ministro de Propaganda. Y Turismo, que en el depauperado régimen franquista venía a ser lo mismo: las excelentes divisas en "moneda fuerte", como se decía por la época, vinieron muy bien a aquel régimen cavernoso y militar-católico, que hubiese durado quince años menos sin el soplo de aire forzado que supuso la llegada masiva de turistas a partir de 1962. Como Cuba.
Sin embargo, una pertinaz conjura judeo-masónica casi da al traste con aquel maná en forma de centroeuropeos que comenzaba a llegar a nuestras desoladas costas. Como es bien sabido, el regimen ultraespañol del general Franco se entregó de piernas abiertas a EE.UU con el acuerdo de 1953. Allí se contemplaba dejar el país para uso y disfrute de la nación del dólar dentro de su estrategia de contención del comunismo.
Se instalaron bases navales en Rota (ahí sigue, y cada vez más importante) y un sitio perdido de Galicia, se usó Barcelona como caladero y aliviadero de la Flota del Mediterráneo, se desplegaron escuadrones de cazas en Zaragoza y Torrejón, y la base sevillana de Morón sigue siendo clave en la estrategia global de EE.UU. El país sigue tapizado de extraños superadares para seguimiento de satélites que dejan los de Contact (Jodie Foster) a la altura de paraguas. Sí, ese acuerdo también permitió al franquismo dar una bocanada de aire en un momento muy angustioso, porque la auténtica ideología imperante era esa: sobrevivir, aunque hubiese que tragarse las consignas pronunciadas unos pocos años antes. Sobrevivir, y dejar todo atado y bien atado.
Dentro de las estrategias militares de la época y en el marco de la Guerra Fría, era costumbre tener siempre varios escuadrones de bombarderos en vuelo continuo para garantizar una respuesta inmediata y termonuclear en caso de ataque pérfido de la URSS: los misiles intercontinentales todavía se quedaban en poco más que continentales y los submarinos nucleares lanzamisiles (SSBN) no estaban muy evolucionados.
Claro, para mantener esa disuasión aérea había que hacer repostajes en vuelo, una técnica también reciente para la época, y que resultaba muy peligrosa. Bueno, esto es una forma bonita de decirlo: cuando se tienen volando permanentemente bombarderos con cabezas nucleares armadas, las posibilidades de que se produzca un accidente se incrementan exponencialmente, por lo menos mucho más que si están en un silo o en un hangar esperando a ser montadas. Sin embargo, era lo que permitía el nivel tecnológico de la época y no somos quien para juzgarlo. La URSS nunca atacó y su misión como armas de disuasión, que es lo que son las armas nucleares, funcionó.
El 17 de enero un B-52 chocó contra el avión cisterna con el que estaba efectuando maniobras de repostaje a 9.000 metros de altura sobre la vertical de Palomares, un pueblo de cabras y labradores no muy lejos de la costa almeriense. El avión viajaba con cuatro bombas de hidrógeno, mucho más potentes que las nucleares, a razón de 1´5 megatones cada una: baste decir que en Hiroshima (siempre se pone esta misma comparación, es como lo de hectárea=campo de fútbol) eran de 20 kilotones. Unas 75 veces más potentes. Cada una.
Dos bombas quedaron simplemente abolladas (aquí una foto). Las otras dos cayeron a tierra cerca del pueblo, detonando el explosivo convencional que inicia la reacción en cadena, pero como no llegaron a armarse no se produjo el fenómeno físico para el que fueron diseñadas, y que hubiese cambiado algo más que la historia de el inocente pueblo almeriense. Es algo más gordo que Málaga se hubiese quedado sin espetos o Almería sin tomates: ahora estaríamos hablando de un lugar de mourning, como dicen los yankis, al nivel de las dos conocidas ciudades japonesas.
De resultas de la detonación se diseminaron en el aire y en el campo alrededor de 20 kgs de plutonio, un elemento muy feo y malvado que tarda decenas de miles de años en perder su capacidad de matar y envenenar. El Ejército de EE.UU dedicó 80 millones de dólares de la época, o así nos dice la wikipedia, para limpiar el destrozo, dentro de las posibilidades de 1966. Empaquetaron todo y se lo llevaron para su país. O eso creíamos y eso nos hizo creer la propaganda de entonces (80 millones de dólares era una pasta gansísima y difícil de creer) y ahora.
En el año 2004 el CSIC y el CIEMAT, ante la presión inmobiliaria que ha arrasado todo el litoral español hasta el punto de que parece que las dos bombas-H hubiesen llegado a detonar, realizaron un informe donde alertaban de los peligros de mover las tierras que quedaron acordonadas -y siempre monitorizadas-, además de encontrar otros fotos de pestilencia plutónica, incluyendo uno con equipo que ¡oh!, casualidad-casualidad, EE.UU no se llevó a su país-continente.
Hasta entonces la rememoración del espantoso accidente había transcurrido en los términos establecidos por el Franquismo y la democracia: el bañador Meyba de Fraga y todos a reir la guasa gorda. Y cuando no, alguna cosa trágica y muy bien escrita de Pablo Ordaz, pero todo enmarcadito dentro de la tónica de ese franquismo-pop y noñería que tan bien se ha perfeccionado con ¡Cuéntame!, en vez de decir lo que realmente era: un cementerio nuclear. Y sí, también está Paco, el de la Bomba, igual que Pepe Isbert estaba en Calabuig de Berlanga, pero el plutonio es el plutonio.
Hoy hemos sabido que EE.UU, que durante estos 44 años ha ido pagando estudios ambientales y sanitarios en Palomares, dejó de hacerlo en 2009. No es que esos estudios fuesen altruistas, sino que seguramente servían para hacer un buen estudio científico de la exposición prolongada de una población civil a la contaminación por plutonio (¡y qué buenas están las sardinitas en Almería!), de la misma forma que se enviaban soldados a Utah y Arizona a ver qué les pasaba tras ser irradiados por unos cuantos kilotones, pero al menos podían indicar si alguien necesitaba otro tipo de tratamiento médico que no fuese el placebo del Meyba y el tomate de invernadero.
Son 403.000 dólares anuales que EE.UU se ahorrará, una minucia bajo cualquier punto de vista, pero muy significativos. Desaparece el dinero y desaparece cualquier vínculo de EE.UU con la zona, pero la mierda radioactiva seguirá ahí. Unos cuantos miles de años más. El suceso, que en cualquier otro país que no fuese de pandereta provocaría una Marcha Verde (lo del color es por los inexistentes ecologistas, más preocupados en hablar de la gamba y los manglares, y no por el recuerdo marroquí) y una firme postura del Gobierno, aquí se trata como un problema administrativo.
Y con la voz muy bajita, no vaya a ser que algún turista sume 2+2 con eso de que turismo y plutonio no casan muy bien. Exactamente igual que en los tiempos de Fraga y su famoso baño.
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Un experto en la materia de la que se trata. Y el que tenga alguna duda o contrarie al vate y sus aduladores, ya será diagnosticado con alguna de las enfermedades que recetan: independentista, partidista, rojo, no lector de sus libros, no participador de sus foros, no llevar gafas de maoísta despistado...simplemente, no ser uno de ellos. Una religión laica. Pero lo justo.
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Una curiosa ayuda aparecida en el BOE.
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Me costó comprender que era una noticia realmente ocurrida y no una invención.
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Esto es Galicia y esto es Orense, la Bielorusia de España. El atractivo opositor, que habla como habla la gente del pueblo ("títulos", "carrera en Madrid") lo explica todo aquí.
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Despierten. España es esto. Bueno, quizás habría que decir que Madrid es esto, tras el reciente caso del Parque Europa de Torrejón, pagado con dinero del Plan E, pero sabiendo que la idea será copiada por los alcaldes de otros municipios me quedo con la primera afirmación.